-¡No puede ser éste también me está horrible!
-¿Qué te pasa?- me dice mi amiga desde el probador de al lado.
-Que no sé qué le pasa a los sujetadores de las narices estos, que me sientan como el culo- el maldito sujetador se ahueca en la parte delantera y tengo que buscarme el pecho a conciencia para asegurarme de que sigue estando donde lo vi por última vez.
Veo cómo se abre la cortina y aparece mi amiga Rita y poniendo cara de sorpresa me dice:
-¿Seguro que has cogido tu talla?
-Y tan seguro, el la noventa.
-Pero mira que has adelgazado mucho.
Hace como seis meses que estoy a dieta, el pack completo, mucha agua, comida sana, ejercicio, masajes... La cosa ha hecho efecto porque he perdido catorce kilos que traducido a un idioma que entendemos todas las mujeres, significa pasar de la cuarenta y dos a la treinta y cuatro, que en mi metro y medio está muy bien, me han adelgazado hasta los pies, pero lo que no me esperaba es que las tetas se convirtieran
en dos trocitos de piel que cuelgan cual adornos de Navidad en un árbol raquítico. No, yo tampoco sabía que adelgazar tenía contraindicaciones.
La dependienta interrumpe mis pensamientos con un gesto exageradamente simpático en la cara, si se pasa sonriendo así la jornada entera terminará por dislocarse la mandíbula.
-¿Cómo va todo chicas?- nos dice con la cabeza sobresaliendo entre la cortina y la pared, me doy cuenta de que sus ojos saltones están fijos en el hueco que hace mi sujetador y hace una mueca mostrando su desaprobación. Ahora me cae gorda, con lo bien que me había sentado que una jovencita que apenas llega a la veintena me llame chica a mí que hace ya diez años que me descubrí la primera pata gallo (la primera siempre te la descubres a los treinta, haced cuentas) el caso es que mete una mano en el probador y acompaña su mueca con un ademán del dedo índice que indica no.
-No no no no, esa no es nuestra tallita- dice. ¿Nuestra? ¿Tallita? En mi cabeza empiezan a formarse imágenes de lo agradable que sería atarla a un poste, sacarle nuestra lengüita y hacerle un nudo marinero, en vez de eso le contesto tranquilamente.
-Perdona pero sí es mi talla, son estos sujetadores vuestros que están mal hechos- ella cuela el resto de su cuerpo en el probador acorralándome en una esquina y dándole la espalda a mi amiga.
-¿Ves?- dice metiéndome tres dedos dentro del sujetador.
-¡Oye!- le digo dándole un manotazo- que si quisiera que una tía me tocara las tetas se lo pediría a mi amiga que por lo menos tenemos confianza.
-Mira cielo -¿cielo?, lo del nudo marinero se está empezando a quedar corto- yo te lo digo por tu bien, una tallita menos te las recogería y te las subiría, te parecería que tienes más volumen.
-¿Quieres que me ponga una ochenta y cinco?- le digo abriendo los ojos hasta que parece que se me van a salir de la cara.
-No soy yo, es lo que te ha dado la naturaleza- me contesta. Será puta, de un momento a otro le voy a arrancar los dientes uno a uno y se los voy a meter por… vale cálmate, razona.
-Mira guapa- le digo yo muy digna- en mi vida me he puesto una ochenta y cinco y no voy a empezar ahora- mi tono se ha vuelto amenazador y mi amiga interviene para calmar los ánimos.
-Es que ha perdido mucho peso y todavía no tiene muy claro lo de las tallas- explica. La dependienta me mira fijamente analizando mi cuerpo, detiene su mirada en mis costillas.
-Ya decía yo que estas costillitas se marcaban mucho- me dice dándome unas palmaditas en ellas. Esta tía es boyera, fijo.
-Bueno qué, tienes algún otro tipo de sujetador o no- le digo yo retándola, ella entorna sus ojos casi puedo ver cómo una idea se abre paso entre los ganchos que sujetan su pelo de forma férrea.
-Vamos a hacer una cosita- me contesta, está claro que vive en el país de los diminutivos. Desaparece tras la cortina y miro a mi amiga que tiene los ojos fijos en la lámpara como si fuese la obra de arte más interesante que ha visto nunca. La dependienta vuelve en apenas un minuto con una nueva prenda en la mano y me la ofrece.
-Pruebate esta- me dice. Como buena desconfiada, lo primero que hago es mirar la talla- tranquila es la noventa- efectivamente es la noventa, me la pruebo.
-Esta sí ¿ves como no era yo?
-Te he cambiado la medida de la espalda, en vez de la b ahora llevas la c, pero sigo pensando que te quedaría mejor la ochenta y cinco- o salgo de aquí o la mato.
Salimos del probador y nos dirigimos a la caja.
-Ponle el mismo en negro también- dice mi amiga.
-Ahora no me hace falta otro negro- protesto yo.
-¡Oh! Sí que te hace falta porque yo no tengo intención de acompañarte a comprar un sujetador en la vida.
De vuelta a casa paso por el sitio más maravilloso que he visto en mucho tiempo y en ese momento sé exactamente lo que tengo que hacer, paro el coche y entro.
Una vez en casa, me ducho, me coloco la bata, las zapatillas de estar por casa, pongo una película tonta, me acomodo en el sofá y ya solo he de tomar una decisión.
¿Empiezo por los donuts o por las galletas?.
2 comentarios:
Genial. Muy buena descripción de la situación. Ah, que empice por los donuts ;)
me alegro de que te haya gustado y opino igual que tu primero los donuts
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