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UN EURO

sábado, 26 de noviembre de 2011

Presentación trailer de Espirales en el Ombligo

-Nena dame la 38, que esa me va a estar grande.
-Señora mire que con lo de las tallas, al venir de fuera… -intentó convencerla.
La mujer, de las llamadas de mediana edad y con una más que razonable 42 de talla, se empeñaba en calzarse unos ajustados pitillos, de corte cadera –ideales para enseñar el piercing del ombligo, piercing que no tenía claro-.
-Ya nena, pero es que no me hace falta probármelo, a la vista está que me vendrá grande.
-Tenga la 38 –Nina prefirió no discutir.
Cinco minutos después…
-¡Oye chica! –salió una voz desde el probador -Nos hemos debido equivocar porque ésta no me pasa del muslo y mira que yo estoy delgadita.
“¿Nos hemos?” se dijo a sí misma Nina.
-Le traeré la 42.
-No no, tráeme la 40, no te pases.
“Respira, Nina, respira”
-Si claro, la 40 quería decir –informó Nina mientras le pasaba una 42.
Cinco minutos después…
-Nena tienen un corte muy raro, mira me saca los michelines por aquí, es que ya no hacen ropa como la de antes.
-Aha –al salir pasaría por el súper, tenía que comprar unas cosas, o mejor mañana, ah! Y tenía que recordar llevarse los zapatos de doce centímetros…
-¿Nena me escuchas?
-Claro señora, claro.
-Nina hora de cierre –le dijo la encargada por el pinganillo.
A Nina le encantaba su trabajo, pero hoy estaba deseando llegar a casa.
-¿Qué vas a hacer esta noche? –le preguntó su amiga y compañera.
-Directa a casa, me he dejado a medias una novela que me tiene enganchada.
-¿Cómo se llama?
-Espirales en el Ombligo.
-¿Y de qué va?
-Pues Ana Cruz…

jueves, 24 de noviembre de 2011

Espirales en el Ombligo capítulos 1 y 2

El final antes del principio

—Ana ¿sabes en dónde está mi camiseta de Green Day?
—¿En el armario? ¿En donde están todas tus camisetas? —contesté a mi marido con tono irónico.
—No me hagas sufrir, que no la encuentro.
—Pero si la última secadora la guardaste tú.
Él vino hasta mí, me dio un beso el cuello y jugó con sus manos en mi pecho.
—Venga, búscamela.
—Y si no, ¿qué?
—Si no, iré desnudo a trabajar. O mejor, no iré y nos quedamos haciendo cositas.
—Serías capaz de cualquier cosa con tal de no ir a trabajar ¿eh?
—Mujer, yo no diría «cualquier cosa» —me dijo, bajando su manos hacia mis caderas, haciendo que notara su erección matutina.
—Vale te la busco.
—Vaya ahora prefería lo de quedarme. —Fui hacia el armario y me siguió de cerca. A la primera di con la camiseta y se la tiré en las narices.
—Lo que te pasa es que ni la habías buscado. Lo que buscabas desde el principio es otra cosa, salido.
—Pues sí. Es que me gusta mucho mi mujer, ¿qué voy a hacer? —repuso mientras me daba un beso.
—Vamos, póntela. ¿Qué harías tú sin mí?
—Ir todo el día en bolas y ofrecerme a toda la que quisiera verme.
—Ja, qué gracioso eres —repliqué, metiéndole la camiseta por la cabeza.
Mi marido era muy guapo, la verdad. Era de esos rubios que parecen pelirrojos, con la nariz afilada y perfecta y una boca ancha de labios finos; casi tenía cara de chica. Muy meloso y risueño. Como él decía, tenía un buen trabajo, un buen techo y una buena mujer. ¿Qué más se puede pedir?
—¿Me obligas a ir a trabajar?
—Sí, te obligo, perro.
—Pues que sepas que estaré muy apenado y cuando vuelva querré resarcirme.
—Pues no va a poder ser, yo tengo turno de tarde.
—Pues de esta noche no pasa, que por lo menos hace dos semanas que no estamos juntos.
—Ya veremos si esta noche, cuando llegue, no te has dormido.
—Oye, tampoco hace falta que me lo recuerdes para el resto de la vida.
—No, sólo una semana más.
—Vale, me voy. — Me dio un beso y desapareció tras la puerta.
Ya no le volví a ver.

A las nueve tocaron al timbre. Era Carlos, el marido de mi amiga Clara e íntimo amigo de Marcos. Estaba visiblemente nervioso y con los ojos inyectados en sangre. Nada más abrirle la puerta me abrazó.
—Ana, Ana… —acertó a decir
—¿Qué te pasa? ¿Te has vuelto a pelear con Clara? Deberíais plantearos en serio lo del consejero matrimonial, esto se está volviendo una costumbre.
—No —respondió apartándose un poco y cogiéndome las manos.
—Carlos ¿qué pasa? Me estás asustando.
—Es… Marcos.
—¿Qué pasa con Marcos? —pregunté, ahora ya visiblemente alterada.
—Ha tenido un accidente.
Me dejé caer en el sofá, intentando asimilar la noticia.
—Vale, pero está bien, quiero decir… —Carlos negó con la cabeza.
—Un conductor se durmió al volante y chocaron de frente. Está muy mal. Muy, muy mal.
—¡No! —grité cogiendo el bolso—. Vamos, tengo que verlo. Se va a poner bien, ya lo verás.
Durante el trayecto al hospital no hablamos, sólo lloramos sin parar. Al llegar nos dirigimos directamente a la UCI.
En vez de entrar por la puerta de personal llamamos al timbre, asumiendo nuestro papel de familiares. Nos abrió Clara. Yo entré como una ráfaga de viento mirando en todos los boxes, pero no lo encontré. Clara consiguió pararme.
—Cariño, cariño —me dijo llorando y abrazándome.
—¿Dónde está? Clara, dime dónde está y deja de llorar. ¡Se va a poner bien, ¿me oyes?! —grité a mi amiga.
—No… No está aquí.
—¿Lo habéis subido ya a planta? —Ella negó con la cabeza.
—Está todavía en urgencias. Voy para allá.
—Ana, no. —Me detuvo a la vez que negaba con la cabeza.
—¿Cómo que no? —Ella seguía moviendo negativamente la cabeza. Alcé la vista y vi que todos me miraban. Todos menos Carlos, que se abrazaba con una mano mientras con la otra se tapaba la cara. Se había sentado. No, más bien estaba derrotado sobre una silla. Lucy le acariciaba la cabeza con lágrimas en los ojos.
—No ha podido superarlo.
No recuerdo nada más.
Sé que preparé el funeral. Sé que caminé mucho durante dos semanas; iba mucho a ver el mar. Sé que no tenía ganas de comer ni de ver a nadie; que cada vez que sonaba el teléfono o el timbre esperaba que fuera él diciéndome que todo había sido un mal sueño. Y sé que si no le hubiera obligado a ir a trabajar esa mañana, estaría vivo.


La boda
                           
Qué tarde se ha hecho. La verdad es que no me apetece demasiado ir de boda, pero Clara es mi mejor amiga, hemos pasado toda una vida juntas, buenos y malos momentos; incluso algunos dramáticos.
Ésta es una segunda oportunidad para Clara, ya que se casa por segunda vez; hace un año que se ha separado de Carlos, su amor desde que íbamos al colegio. Carlos, Marcos, Clara y yo, siempre juntos y ahora qué distintas eran las cosas.
Me apresuro a coger el móvil que suena con insistencia
—Dime, pesada —contesto sin mirar el número porque ya me imagino que es Clara.
—¿Ana, dónde estás? El fotógrafo ya está aquí y ha pasado algo, te necesito.
—Ya voy. Cojo el bolso y bajo.
Yo sigo viviendo en el ático que en su día compramos Marcos y yo. Clara se trasladó al mismo edificio cuando se separó; al segundo piso, en el centro de Alicante. No sé si a partir de ahora seguiremos con nuestra rutina de comprar en el Mercado Central, que está muy cerca de casa; escoger algunos ramos de flores en la plaza y después la cervecita en las terrazas de la zona. Un ritual del que ambas disfrutamos mucho los sábados o los viernes por la mañana, dependiendo de nuestros turnos de trabajo.
Le debo mucho a Clara. Si no llega a ser por ella, probablemente no habría podido soportar la pérdida de Marcos aquel fatídico día. El peor día de mi vida. Tan repentino que no pude reaccionar hasta pasadas unas semanas.
Alejo esos pensamientos de mi mente, es el momento de pensar en cosas alegres. Mi querida amiga se casa esa misma tarde ¡y por la iglesia! Quién se lo iba a decir a ella. Lo que no hagamos por amor…
Me alegro mucho de que Clara haya conocido a Dani y las cosas les vayan tan bien, pero no puedo evitar pensar en que ahora me sentiré un poco sola. Todo entre ellos ha sido muy rápido; se conocieron en el hospital en el que ambas trabajamos.
Clara es enfermera, yo fisioterapeuta y Dani era mi paciente. Y aunque al principio hubo algunas fricciones porque, todo hay que decirlo, Dani es bastante vacilón y chulito, se enamoraron como locos y en pocos meses han culminado su locura con esta boda.
Me miro en el espejo antes de salir. He optado por un vestido de Hannibal Laguna que me ha costado un riñón, pero mi amiga se lo merece. Es de color dorado, de talle ajustado con tirante fino y una vaporosa falda de gasa; con pedrería en el corpiño y casi toda la espalda al aire, respetando así la norma no escrita: «Ni rojo, ni blanco, ni negro riguroso».
Llevo recogida la media melena rubia con una flor color púrpura —la flor del árbol del amor— a un lado, dejando que el resto caiga en suaves ondas por mi espalda. El maquillaje, discreto, resalta mis ojos color avellana y realza mis labios gracias a un poco de gloss sabor y color caramelo.
Termino de abrocharme las sandalias de diez centímetros de Pura López en color carne —un caprichito de la temporada pasada—, cojo el chal púrpura y dorado y el bolso de mano, también en el mismo tono y que junto con la flor me dan el toque de color. Reviso que no me falte nada y salgo en busca de mi amiga.
Cuando llego a su puerta no tengo que llamar. Está abierta.
—Veo que hay entrada libre. ¿Dónde estás, histérica? —bromeo.
La madre de Clara sale a recibirme con cara de alivio. Es una señora de buen ver, a sus sesenta años se cuida mucho; hace yoga y natación y no deja parar a su marido. Él, que es algo mayor que ella y ya está jubilado, siempre dice que si lo llega a saber, sigue trabajando.
—Menos mal que has venido. Esta hija mía dice que no se casa por la iglesia. Que no sé qué de renunciar a sus principios, que el pobre Dani hace lo que quiere con ella. Lo ha llamado y todo para decírselo.
—¿Y qué le ha dicho Dani? —pregunto, aunque imagino la respuesta.
—Qué le va a decir… Que está loca, y que te llamara, que tú sabrías cómo ayudarla a no casarse. Éste también está como una cabra; te lo digo yo, son tal para cual.
—No te preocupes, yo me hago cargo.
—Es que la ha llamado Carlos para felicitarla —me confiesa en voz baja, como si hubiera espías— y claro, se ha descompuesto. A ese chico, ¿cómo se le ocurre?
—Han pasado muchos años juntos. Se tienen cariño, Mariló, lo habrá hecho de corazón.
—Pues ha metido la pata, porque Clarita ha empezado con que «y si me equivoco otra vez», «mira que ceder en lo de la iglesia…» y todas esas pamplinas.
—¿Está en su habitación?
—Sí, pasa, pasa; que el fotógrafo está esperando. —El susodicho me dirige una mueca de fastidio sin demasiada emoción, señal de que está acostumbrado a lidiar en estas plazas, supongo.
Pobre Carlos, qué momento más difícil tiene que estar pasando. A pesar de que los dos tenían muy claro que su amor se había acabado, el sentimiento de posesión perdura en el tiempo y, como él mismo me confesó, sentía que le estaban quitando un trocito de su vida. Otra vez. Una vida que él no había conseguido rehacer; se había convertido en una cabra loca, de cama en cama, de rollo en rollo. A su manera es feliz, pero nunca hablamos realmente de lo que sintió cuando murió Marcos. No sólo yo me quedé vacía, los tres sufrimos una especie de cataclismo, yo llorando todo el día y toda la noche, Clara sin separarse de mi lado por si cometía una locura y Carlos alejándose de nosotras y de todo lo que le recordara a su amigo. Cada cual vive las tragedias a su manera.
—Princesa, ¿qué te pasa? Tienes a Dani en un sinvivir —le digo.
—¿Tú crees que estoy cometiendo un error?
—Pues la verdad es que sí.  
—Lo sabía. ¿Qué voy a hacer ahora? ¿Cómo se lo digo?
—Yo me refería a que las zapatillas de estar por casa no te pegan nada con el vestido de novia —intento restar seriedad a su crisis.
—No seas burra, esto es serio.
—No. No lo es. Son sólo los nervios de última hora. Es normal, le pasa a todas las novias; pero a tu madre le va a dar un ataque y Dani está a punto de mandarte a paseo.
—¿Y si me vuelvo a equivocar?
—¿De verdad piensas que todos los años que pasaste con Carlos fueron un error?
—No. Probablemente sólo los tres últimos.
—Pues que te quiten lo bailao —le digo—. Y venga, que es tarde; date la vuelta que te abroche esta marabunta de botones. ¡Dios! ¿no había más para ponerte?
—Déjame tu móvil.
—¿Para qué?
—Para llamar a Dani.
—Buena idea, así lo tranquilizas —acepto, sacando el iPhone de la cartera de mano y entregándoselo.
Marca, y mientras suena se va quitando las zapatillas para ponerse los zapatos de novia. La miro atentamente, está preciosa. Lleva un moño bajo, ha optado por peineta, y un vestido tipo andaluz de Vitorio Luchino que realza sus formas de guitarra; es una morenaza de pelo oscuro pero con los ojos verdes muy claros, parecen casi transparentes. Con una mano sujeta el móvil y con la otra se levanta el vestido. Mientras, oigo como le dice a Dani con voz amenazante:
—Oye, tú, si me haces daño, si me traicionas o me dejas, te juro que te la corto.
—Y ésta sabe cómo manejar un bisturí, te lo digo yo que la he visto —azuzo, gritando un poco para que me oiga. No sé que le contesta él, pero veo cómo se dulcifican sus gestos y ya sólo contesta, «sí, mi amor», «claro, mi amor», «yo también, mi amor».
—¿Qué? Parece que te ha convencido, ¿no?
—A qué es bonico. Es que me quiere un montón. Y yo a él, la verdad, no sé por qué me he puesto así. Venga, que es tarde.
—Estás preciosa, creo que no he visto una novia igual en mi vida.
—¿Crees que Carlos estará bien?
—Hoy seguramente no, pero mañana estará mejor y pasado se habrá hecho a la idea. Y quién sabe, a lo mejor un día de estos se deja cazar y todo.
—Es que estoy preocupada por él. Qué idiota, ¿no? Después de lo que pasó, pero es que sé que desde lo de Marcos no ha vuelto a ser él mismo. Cree que está viviendo a tope, aprovechando el tiempo, y no sabe que se está perdiendo en su absurda búsqueda de no sé qué.
Se me nublan los ojos. Las lágrimas amenazan con estropear el maquillaje. Ya decía yo que no me apetecía mucho ir de boda, sabía que me acordaría de mi marido, lo llevo en mi corazón para siempre; no tener su presencia física me mata y en momentos como éste, realmente me desgarra. Clara me mira, se da cuenta de que ha abierto la caja de los truenos y se disculpa inmediatamente.
—Perdóname, soy una idiota. Lo siento, lo siento. Venga, vamos ahí fuera. —A punto de salir de la habitación se vuelve hacia mí otra vez—. ¿Estás bien?
—No, nunca estoy bien, pero ya he aprendido a sobrellevarlo. No te preocupes, no es culpa tuya. La culpa es de Marcos por irse cuando no le tocaba, mañana iré a verlo y le diré lo cabrón y egoísta que fue.
—Eso, así habla mi chica.
Y salimos preparadas para toda la parafernalia de las fotos, la familia, el coche…
En el coche, el padre —por tanto el padrino— y Mariló, con la novia. Yo conduzco, me ha tocado ser el chofer. Llegamos hasta la calle que da a la iglesia de la Santa Faz y paro. Todo el mundo espera a la puerta y, mientras ellos recorren la calle —Clara, radiante y feliz; la madre colocándole bien el traje y el padrino llevándola orgulloso del brazo y sin parar de llorar, y eso que la cosa aún no ha empezado—, yo me voy a aparcar el Audi A6 de su padre.

Mark la vio entrar. No podía creerlo, era la chica que tanto le gustó cuando Dani le enseñó las fotos de la barbacoa a la que a él no le había apetecido ir, ¡y bastante se arrepintió después!
Aquella chica tenía una sonrisa preciosa y salía sonriendo en casi todas las imágenes, aunque en una o dos notó un rictus como melancolía. Tenía un cuerpo maravilloso; delgada, fibrosa, con un culo estupendo bajo aquel mini bikini. Recordó que la encontró muy graciosa en la piscina infantil de plástico, y muy, muy sexy. En una foto contó siete personas dentro la piscina, en otra la chica sexy estaba mojando a Dan y a Clara con la manguera; Dan le explicó que se habían puesto besucones y que ella no se cortó, sacó la manguera y los empapó, «para enfriarlos».
—Nos lo pasamos que te cagas y tú te lo perdiste, por memo —le había dicho Dan—. Además, la rubia a la que estás mirando está libre.
Ya he tenido suficientes rubias en mi vida, la próxima morena —le contestó.
Pues también había una morena, aunque no cocina tan bien como la amiga de Clara, que hizo un plato vegetariano que no me acuerdo cómo se llamaba, pero estaba genial.
—¿Vegetariano? Soy de Texas. Nada, mejor el próximo día me presentas a la morena.
Tú mismo. Te presento a quien quieras, pero no olvides que has venido a recuperarte, no ha revolcarte en tu mierda.
Acababa de llegar. Son más de veinte horas de viaje —protestó Mark.
—¿Y cuándo te ha detenido a ti estar cansado? —le recriminó.
—Será la edad, los treinta empiezan a pesar.
Pues tengo casi la misma edad que tú y no me quejo tanto —respondió Dan.
—Déjame en paz. Además, tú eres más pequeño. Siempre andabas con George y conmigo en los campamentos para poder ligarte a las chicas mayores. Te prometo que la próxima vez la liamos; si te deja tu señora, claro —le dijo para mosquearlo.
—Mi señora no se mete en lo que yo haga. Es una chica liberal y moderna. Deberías probarlo, para variar —le aseguró.
—Sí claro, lo que me faltaba, una feminista. Anda, vamos a currar un poco —cambió de tema, pero en realidad él siguió pensando en la foto de la rubia de la piscina.
Y ahora ahí estaba ella, delante de él. Espectacular, sexy, femenina…
Un momento, ¿había cogido el Marca, cerveza directamente del botellín, mientras su amiga se casaba?, ¡Qué raras eran las españolas!
Entonces se acordó de las palabras de Dan: «liberal y moderna». Después de todo quizá sí lo probaría. Si además le gustaran los coches y el boxeo… Le dio risa sólo pensarlo. En una ocasión le había confesado a su hermana cómo sería su ideal de mujer, ella se burló de él diciéndole que lo que en realidad quería era una versión de sí mismo con tacones y falda de tubo.

Cuando consigo dejar bien aparcado el coche me doy cuenta de que la ceremonia ya ha empezado y de que no estoy preparada para verla. Recé tanto en esa iglesia… Compré miles de estampitas, casi se convirtió en obsesión; durante dos semanas me levantaba cada día y recorría el camino que separaba mi casa del templo, entraba por la puerta lateral y me arrodillaba frente a la imagen. Ante ella rezaba todos los días esperando que todo fuera un error; que se produjera un milagro y Dios me lo devolviera, pero no pasó. Naturalmente no volvió, estaba muerto. Completamente muerto.
Suspiro y, en vez de entrar, hago lo que siempre había hecho en las bodas con Marcos, costumbre muy popular en este muy católico pero más borracho país: me dirijo al bar.
Sé que Clara me buscará con la mirada y le dolerá no verme, pero también sé que me entenderá.
Al entrar me doy cuenta de que naturalmente hay más gente de la boda, aunque no conozco a nadie; los más allegados sí están dentro. Todos menos yo.
Me acomodo en la barra y cojo el Marca para ojear los últimos rumores, los calentamientos pre-partido y todo lo típico del fin de semana; esta tarde juega el Hércules contra el Sevilla. Ya veremos, son capaces de cualquier cosa.
—¿Qué le pongo señorita? —me dice el camarero.
—Un quinto de Mahou bien fresquito.
—Qué, ¿de boda? —pregunta mientras me lo sirve.
—Pues sí, después de la pausa para la cervecita. No me ponga vaso, gracias.
—Mira que sois raras las españolas. —Escucho una voz desde el otro lado de la barra; grave, profunda, erótica, con un casi imperceptible acento americano.
Lo primero que pienso es «¿Qué te juegas que ese pedazo de voz pertenece a un esmirriado» y me río por dentro. No contesto, no levanto la vista del periódico, sigo a lo mío. Tengo que reconocer que sabe retirarse. No insiste, no se disculpa; lo deja estar, justo lo que yo quiero. Sigo pasando hojas y dando tragos de mi botellín, aunque me muero de curiosidad por ver el físico al que pertenece esa voz para reírme después con Clara.
¡Clara!
Es hora de entrar. Me levanto para irme, pero antes echo un vistazo disimulado al otro lado de la barra. Mierda, no está. Se me ha caído el chal. Me giro para recogerlo y noto un escalofrío en mi espalda.
—¿Me buscabas? —me dice Voz Profunda mientras me da el chal.
El desconocido me mira de una forma intensa. Tiene los ojos del color del chocolate, ni siquiera se distingue su pupila; la boca en una media sonrisa perfecta, en contraste con esa nariz de boxeador rota por el tabique. Menudo elemento ha tenido que ser. Tardo un minuto en responder y lo hago con cierto tono de indignación.
—Por supuesto que no le buscaba, tan solo me iba —le digo toda orgullosa mientras cojo el chal. Levanto la cabeza para mirarlo a los ojos y tengo que reconocer que he tenido que alzarla mucho.
«¡Dios! Que tío más alto, guapo, grande; cómo me pone, madre mía.» Hacía tanto que no se me nublaba la vista por un tío que me he quedado sin habla, con lo aguda e irónica que suelo ser. «Date la vuelta y vete dignamente. Vamos, que te estás poniendo roja. Corre», me animo a mí misma.
—¿Le importa que la acompañe? Creo que vamos al mismo sitio —me aclara.
—No puedo impedirle que utilice el mismo camino que yo.
—Creo que no hemos empezado con buen pie —replica mientras extiende un billete hacia el camarero.
—Cóbreme a mí también, por favor —digo yo enseguida.
—Permítame que la invite.
—No gracias, puedo pagarme mis cervezas —«¿Pero por qué estoy tan agresiva? ¡Ah, sí, me ha llamado rara!
—Insisto. Quédese el cambio —dice al camarero. Ya está, lo ha comprado; ahora no me cobra a mí ni de coña.
—Me disculpo por mi comentario de antes, no quería ofenderte. Mi nombre es Mark Jacob, vengo por parte del novio. —Al escuchar su nombre se me revuelve el estómago Marc, mi Marc. Ya no tengo ganas de seguir peleando, en realidad tampoco de hablar.
—Discúlpeme, señor Jacob. Voy a adelantarme para ver el final. Adiós. —Ese adiós suena demasiado rotundo, creo.
Corro hacia la iglesia y entro esperando algo de consuelo, justo a tiempo para que el hermano de Clara me dé arroz y su perfecta novia eterna me de pétalos de rosas.
—¿Dónde estabas? —me dice Rocío, que es la novia eterna—. Casi te lo pierdes todo. Ven, pongámonos cerca para cuando salgan. —Obedezco como una autómata, en realidad no me estoy enterando de nada. Los veo salir tan felices, que se me va pasando la ansiedad.
Me dejo llevar por el bullicio; tiro arroz y pétalos, doy besos y abrazos, felicito a los novios y el Audi vuelve a su legítimo dueño. Ahora Clara y Dani están preguntando quién me lleva al convite, cuando Voz Profunda aparece detrás de mí, extendiendo la mano hacia Dani.
—Enhorabuena, Dan. Claire, paciencia con él —le dice mientras le besa la mano.
—¿Por qué en España no existen caballeros como tú? —acepta el cumplido Clara, mirando a su ya marido.
—Porque las españolas como nosotras les parecemos raras a los caballeros como él —contesto yo. Clara me mira con cara de «¿Tú estás loca?» y Mark se dirige a mí.
—¿Cuánto tiempo más vas a estar castigándome por eso?
—No le castigo, expongo un hecho.
—Podríamos tutearnos —me sugiere.
—En realidad preferiría que no, señor Jacob. —Me doy cuenta de que Clara y Dani nos están mirando con la boca casi tan abierta como los ojos, intentando no perder el hilo de la conversación, mientras saludan y besan a diestro y siniestro.
—Ya lo tengo —interrumpe Dani—. Mientras nosotros vamos al rollo ése de las fotos… ¡Ay! —Ha recibido un codazo de Clara—. Al súper entretenido momento «fotos inolvidables», quería decir, ¿por qué no la llevas tú al convite? ¡Ay! Y ahora ¿por qué? —pregunta Dani al recibir mi pisotón.
—Creo que ése es por mí —le contesta Mark con una sonrisa ladeada. «Dios que sonrisa». Me coge autoritariamente del brazo—. No os preocupéis, yo la llevaré y no me separaré de ella hasta que volváis.
—En realidad preferiría que no —contesto.
—Tiene usted un vocabulario muy reducido, señorita…
—Ana. Se llama Ana —se adelanta Clara, que ha visto cómo me salían chispas de los ojos mientras tiraba del brazo para deshacerme de su mano. Mi amiga me pasa un brazo por los hombros y me lleva a un lado—. ¿Qué es lo que pasa?, Mark es un tío encantador, normalmente; a lo mejor es como en el instituto y resulta que le gustas.
—Mark. Se llama Mark, pero éste es idiota aunque está muy bueno. Será por eso que es bobo —respondo.
—Oye, todos los que están buenos no son idiotas, mira a Dani.
—Sí claro, Dani no cuenta. Y no decías eso cuando lo conociste.
La verdad es que el flamante marido de mi amiga es un hombre muy guapo. El color del cabello es rubio muy claro, casi blanco, como las cejas; los ojos no sabría decir si son grises o azules porque depende de la luz que le dé. Tiene un físico imponente, es bastante alto, aunque no tanto como Mark y es más espigado. Musculoso, pero no ancho, más bien esbelto, y siempre está sonriendo porque sabe que tiene una sonrisa cautivadora. Esos dientes montados le dan un toque de chico travieso irresistible. Cuando sonríe, sólo Clara es capaz de decirle que no.
—Pues he terminado casándome con él, así es que toma nota. Mark es el jefe de Dani y de momento tienen buen rollo, por lo que no hagas feos al gran jefe y pórtate bien solo por unas horas. ¿Vale?
—Pero se llama Mark.
—Pero no es tu Marc, además puedes seguir llamándole señor Jacob.
—De acuerdo, pero me debes una.
Levanto la vista y le veo mirándome fijamente. Me estremezco, tiene una mirada muy intensa de ojos oscuros ligeramente achinados, labios gruesos pero no demasiado, pelo castaño algo largo y lacio que le cae en mechones hacia los ojos. Siento unas ganas casi irrefrenables de acercar mi mano y apartárselos… Despacio… Muy cerca de él… «Déjalo ya», me ordeno a mí misma. ¡Qué sexy es el idiota! Está apoyado contra la fachada con las manos en los bolsillos; el traje le queda a la perfección, parece parte de él. Creo que lo estoy mirando más de la cuenta porque ha puesto sonrisa de satisfacción. Cuando vuelvo la vista hacia Clara ya ha desaparecido rodeada de una multitud. «Está bien. Ánimo, tú puedes con ese gringo», me digo. Me dirijo hacia él con paso lento.
—¿Nos vamos? —le propongo con un tono algo altivo.
—¿Así? ¿Sin más?
—¿Qué más quiere? ¿Un telegrama?
—¿Qué tal una disculpa?
—¿Yo disculparme…? ¿por qué?
—Ok, está claro que no hay disculpas, señorita…
—Cruz.
—Señorita Cruz, tal vez ahora yo no quiera llevarla.
—Bien, no puedo decir que haya sido un placer.
—Eso se puede arreglar.
—Adiós —le contesto con sequedad, dándome la vuelta.
—Espera, era broma. ¿Pero dónde te has dejado el sentido del humor, mujer?
—Me lo han agotado los engreídos como tú.

Mark se dio cuenta de que ella se está enfadando de verdad. Parecía más divertida en las fotos, así que decidió aflojar antes de que lo mandara al cuerno.

—Tregua ¿ok? —me dice, cogiéndome del brazo y obligándome a volverme hacia él. De repente me está mirando con ojos tiernos, casi suplicantes, y ese tacto de su mano fuerte, grande pero a la vez suave… Noto que me ablando.
—Ok —acepto. Me pasa el brazo por la espalda para enlazarme por la cintura y noto un escalofrío que me sube hasta el cuello. Rápidamente se quita la chaqueta, me la pone por los hombros y vuelve a cogerme.

Mark sintió una descarga eléctrica y su mente se llenó de imágenes lujuriosas. Si le ocurría aquello con un simple roce, el sexo con ella sería… El sexo siempre le metía en problemas, sería mejor relajarse.


sábado, 19 de noviembre de 2011

GOTIC EL VAMPIRO ANESTESISTA PRESENTACIÓN DE

GOTIC EL VAMPIRO ANESTESISTA

Sí, Gotic, mis padres eran unos vampiros con mucho sentido del humor.
Vosotros pensaréis “oye pues siendo vampiro has escogido una gran profesión”,
Sí, eso pensé yo también, fácil acceso al banco de sangre, si alguno se me despierta lo duermo solo con mirarlo y dada la fama de lujuriosos que tenemos los vampiros, tener mujeres desnudas a nuestra completa disposición constantemente, debe ser todo un lujo.
¡Ay! Cuan equivocado estaba.
En primer lugar, ver la sangre correr y latir en esas azules venas me pone enfermo literalmente, ¿por qué?, joder está claro, no puedo morderlas, los colmillos me crecen haciéndome difícil cerrar la boca y aprieto y aprieto hasta que el que termina sangrando soy yo, si me preguntan algo en ese momento no puedo contestar, con lo que me he ganado fama de rarito.
Lo del banco de sangre estaría bien si no fuera por Carlos, Carlos es técnico de laboratorio y también es vampiro, a los dos nos gusta Rh+ grupo indiferente, así es que a pelear, porque además su jefe nos tiene enfilados, por más que le borramos la mente el tipo se empeña en que algo raro pasa en nuestros turnos.
¡Ahhhhh! Y esta es muy buena, mujeres humanas sois todas unas hipócritas, mucho Cullen, mucho Cullen, pero en cuanto veis unos colmillos os cagáis del susto, vamos que eso de que ligamos un montón, bazofia de novela.
Aún recuerdo cuando salió la primera del Crepúsculo ese, Carlos y yo pensamos “tío se han acabado los días del ostracismo, vamos a poder enseñar los dientes y nos van a ofrecer sus cuellos sin más”
Ja, ilusos. Recuerdo a María, la miré intensamente como el vampiro de mentira ese, que parecía que me fuese a derretir de verdad y todo –por cierto, lo del sol, una patraña, con lo que me gusta a mi la playita- abrí la boca dejé que mis de por sí ya largos colmillos crecieran, y… un alarido, golpes y desmayo final, ni que decir tiene que tuve que borrarle la mente, salvo que no quiso volver a verme y aún no recuerda por qué.
También me acuerdo de Susana, aún se ríe cuando me ve diciéndome, “joder, que truco, en mi vida he visto algo igual, pero realmente más que erótico es de risa” después de esto mi fama de raro se dirigió más bien al campo de lo friky.
No creáis que a Carlos le fue mucho mejor. Eso que los vampiros de normal, tenemos un físico agraciado, sí, eso ayuda, pero el día a día en el mundo humano no es fácil.
Doy gracias al infierno por haber encontrado a mi mujer.
Ella no se asusta fácilmente, pero no me deja morder, no.
La primera vez que le enseñé los colmillos, ni corta ni perezosa cogió un cuchillo jamonero y me lo puso en la garganta.
“Si algún día se te ocurre sacar tus juguetitos, recuerda que yo también tengo cuchillos afilados”
Sip, ahí fue cuando me enamoró.   

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Espirales en el ombligo



"Entramos en el apartamento de Mark tocándonos como posesos, parece que hiciera un siglo que no hacemos el amor. Estoy loca por sentirlo dentro, sólo de pensarlo me siento húmeda y el corazón me da un vuelco.
—¿Me acompañas a la ducha? —propongo quitándome el vestido y las sandalias.
—Y al infierno también.
—Preferiría que no —respondo al recordar nuestro primer encuentro.
—Cuanto tiempo… —Me quita el sujetador y me atrapa un pezón con los dientes.
—¿No te sobran esos pantalones, grandullón? —Mi voz suena provocativa.
—Honey, te deseo demasiado. Quiero estar dentro de ti, ya.
Entramos en la ducha, yo en braguitas y él todavía con los pantalones puestos, y sin esperar a que se los quite abro el grifo. El agua sale un poco fría, los dos gritamos; Mark me da un mordisco en el cuello a modo de venganza y me hace cosquillas. Forcejeamos, yo por ponerlo a él debajo del grifo y él por ponerme a mí. Al final, cuando la excitación hace imposible seguir con el juego, me coge en brazos; yo atrapo con mis piernas su cintura y nos enredamos en un beso brutal, cara contra cara, abarcando todo lo que podemos; yo pierdo el sentido, nuestros actos se convierten en algo animal, sólo sentimientos. Y entonces, se desata la tormenta.
—Marcos… —se me escapa."

-Vale guapa, ahora ven conmigo -me dice Ace dejando el libro a un lado.
-Pero, oye tienes que seguir leyendo... -protesto.
-Si claro después de esto -replica mi marido tirando de mi en dirección al dormitorio.
-Es que si te vas a poner así cada vez que haya una escenita no te lo vas a acabar nunca.
-Se suponía que era romántico ¿no?
-Y lo es, pero que romance no tiene un poco de ya sabes.
-Pues ahora quiero un poco más de nuestro ya sabes y un poco menos de romance.
-Vete al cuerno.
No sé cómo hemos llegado hasta aquí pero ahora estoy en el cuarto de baño, me escapo del agarre y salgo corriendo a la cocina refugiándome detrás de la isla y con la novela en la mano.
-La presentación será a mediados de Diciembre y para entonces tienes que habértela leído.
-Me la voy a leer lo prometo, en cuanto no te tenga cerca, además me encanta, de verdad, ¡valeeeee! sigo pero después...
-¡Si! -digo dando un saltito y tendiéndole el libro.
-¿Cómo te encuentras? -me pregunta cogiéndolo.
-Abrumada, emocionada, nerviosa, agradecida... todo a la vez y en constante colisión.
-Hazme un favor -me pide.
-¿Si?
-Ponte rulos, bata de abuela o algo así mientras leo esto ¿ok? -dice imitando a Mark.

En cuanto Ace consiga pasar de esta escena os regalaré otro trocito. Solo me queda agraderos a todos vuestro apoyo, un especial abrazo a mi mami que me prepara la comidita regalándome el tiempo para escribir, a mis hermanos que me han acompañado y dado ánimos durante esta aventura y a mis locas del face, chicas sois la caña, qué habría hecho yo si no os hubiese conocido.
En cuanto tenga la fecha y el lugar exactos de la presentación en Alicante os aviso y prepararos para una fiesta a lo grande.

domingo, 13 de noviembre de 2011

¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡Morfinaaaaaaaaaaaaaaaaaa!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

Suena mi móvil, miro la pantalla y veo que es mi amiga Meli, Meli es ginecóloga en el hospital de Alicante y es intima amiga mía y de Rita, a la que ya conocéis de otras entradas en este blog.
-Dime guapa –le contesto.
-Ven corriendo, es Rita –me dice.
-Pero qué pasa.
-Se ha roto una pierna –me informa.
Me visto a la carrera y en diez minutos estoy en el hospital, al llegar a la habitación veo un verdadero cuadro, mi amiga Rita tiene la cara desencajada, se parece al increíble Hulk en su peor día, incluso en el color.
-¿Qué ha pasado? –le pregunto.
-Recuerdas que me iba a hacer barranquismo ¿no?.
-Sí.
-Pues no pasé del primer barranco.
-¿Pero cómo te la has roto?
-Bajamos por uno que daba a un riachuelo y había que tirarse…
-Y claro tú la primera.
-Sip.
-Y no se te ocurrió que a lo mejor, digo yo, tu metro ochenta y cinco no fuera lo mejor para caer en un riachuelo de ¿cuánta profundidad?
-No mido metro ochenta y cinco.
-Vale ochenta y tres.
-Me du-e-le, quiere alguien ponerme algoooooooo – grita a nadie en particular.
-Y que te duele más, la pierna o el orgullo.
-¡Vete a la mierda!
-Voy a llamar a alguien.
Cuando entra la enfermera mi amiga se dirige a ella rápidamente.
-Por favor algo para el dolor, me estoy muriendo.
-Nena, aún no has orinado en el botecito que te di, hasta que no lo hagas no podemos darte nada.
-¿Pero por qué? –se queja.
-Porque puedes estar embarazada y no…
-NO ES-TO-Y EM-BA-RA-ZA-DA he dicho por enésima vez.
-Nena tenemos que asegurarnos.
-¿Has hecho algo que no me has contado últimamente? –pregunto a mi amiga.
-Llevo dos meses ¡SIN FOLLAR! –dice Rita gritando y con los ojos fuera de las órbitas, momento que naturalmente aprovecha el traumatólogo para entrar en el box, junto con una legión de estudiantes acnéicos, que parecen más interesados en la vida sexual de Rita que en su pierna, a juzgar por las caras que está poniendo.
-¡Dios! Lo que me faltaba –se queja ella.
-Tranquila cariño, respira, respira.
El médico, un hombre de unos cincuenta años se acerca a ella.
-A ver guapa, con respecto a eso yo no puedo hacer nada porque estoy casado pero seguro que aquí tenemos algún voluntario, pero con la pierna sí te puedo ayudar.
Rita se incorpora un poco y coge al hombre por la pechera de la bata.
-Quiero ¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡MORFIIIIIIIIIIIIINAAAAAAAAAAAAAA!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! –grita en su cara.
-Ummhhhh, ya veo ¿por qué no se le ha dado algo para el dolor? –pregunta el médico.
-Porque puede estar embarazada –contesta la enfermera.
-Y dale –se queja Rita –tú eres de ideas fijas ¿eh?
-Todos los aquí presentes sabemos desde cuando no tienes relaciones, ejem –el médico se aclara la garganta -¿has tenido la regla recientemente?
-Tengo que cambiarme el tampón ¿es lo suficientemente reciente?
-Yo diría que sí, enfermera, prepare esa morfina.
-Entonces, ¿por qué nada más entrar llamas a una ginecóloga? –le pregunta indignada la enfermera.
-Porque es mi amiga y necesito a mis amigas –dice con una lágrima en la cara, yo me acerco y la abrazo.
-Como vuelvas a hacer algo así, te hago como a los caballos –le digo al oído.
-¿Me vas a ensillar? –pregunta.
-No, te remato.
El médico se marcha y la comparsa detrás.
La enfermera le pone la cuña a Rita.
-Haces un pis y mientras yo preparo la medicación –mi amiga la mira entrecerrando los ojos y con humo saliendo visiblemente por la nariz, pero teniendo claro que ésta batalla no la gana.
Veinte minutos después la morfina ya ha hecho efecto.
-Ja jajajaja, la verdaz ez que ha zido graciozo –me dice mi amiga.
-Rita no hace falta que hables, ahora solo descansa.
-No en zerio, ¿zabez que el enfelmedo del helipoptero, me tidado loz tejos?
-Hay gustos para todo cariño, tal vez no era el mejor momento.
-Poz eztaba güeno, si no ez polque tengo la regla, quién sabe…
-Claro, claro porque lo de que tu tibia mire al este y al oeste en vez de al norte y al sur, para ligar no tiene importancia.
-¿Qué?
-Nada cariño, descansa.
En ese momento entra un celador con una cama.
-A ver pásate de cama que nos vamos a una habitación –le dice muy convencido.
-Voy –contesta obediente mi amiga. Sus manos comienzan a moverse en el aire como agarrándose a un hipotético cable que la pasara al otro lado, pero era lo único que se movía. El celador ni corto ni perezoso la agarra por las espinillas para ayudarla a pasarse.
Rita se incorpora quedándose sentada, su piel de color ceniza, los ojos fuera de las órbitas, la boca abierta pero sin ningún sonido, hasta que todo explota, juro que la vi echar espuma por la boca, la cabeza giró ciento ochenta grados sobre el tronco, y algo del estilo de “mira lo que ha hecho la cochina de tu hija” salió por su boca. Aunque tal vez fue algo más del estilo, “como vuelvas a tocarme te arranco los testículos y te los doy de comer”.
-Será mejor que venga más tarde –dice el hombre asustado.
-Sí será lo mejor –contesto yo.
Un mes después estamos viendo las fotos del riachuelo en cuestión.
-Pero si tiene una profundidad de medio metro –le dice Meli.
-Desde arriba no lo parecía –contesta Rita.
-¿Cómo de arriba? –le pregunto.
-Aquí –señala un punto en lo alto de una roca.
-Lo tuyo es de juzgado de guardia –se queja Meli.
-Que puedo decir, soy una aventurera, libre, independiente, valiente. Ains, que me hago pis, me acercas la muleta y me acompañas Bela que me da miedo caerme.
-Vamos doña independencia.