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viernes, 30 de diciembre de 2011

El Plantón -100 microrelatos de amor y un deseo satisfecho-

 -¡Mira Ace, me han seleccionado para formar parte de la antología de cien microrelatos de amor y un deseo satisfecho! -le digo a mi marido con una radiante sonrisa.
-Bien preciosa, esta es mi chica -me contesta acercándose a mi escritorio, escritorio que me fabricó él con un pie de máquina de coser antiguo y un retal de un mueble, pero eso es otra historia.
-¿Quieres leer el que han seleccionado?
-Pues claro, a ver. 

El plantón de media hora.                          

-¿A qué me suena eso? -ironiza Ace.
-No sé de qué hablas.
-Ya, claro.
-Sigue que te va a gustar.

Una figura se acerca con pequeños y armoniosos pasos; falda de tubo -necesita diez pasos para recorrer un metro -camiseta que deja adivinar el movimiento de sus pechos, en la boca un mohín continuo, sus ojos los imagina porque están cubiertos por enormes gafas de sol, serán de mirada exótica, decide.
La fémina se para en un escaparate, apoya sus delicados dedos acabados en rojas uñas y sube un pie cuyo tacón de diez centímetros apunta directamente a un redondeado trasero.
Los coches paran a su paso, y ahora ¿cómo lo iba a hacer para subir el escalón con esa falda tan estrecha?. Nunca un saltito ha sido tan erótico.
Llega hasta él apoya las manos en su pecho y deposita un beso en sus labios.
-¿Te has puesto duro con un besito?
-Créeme no ha sido sólo un besito.
En cuestión de un segundo el enfado se evaporó como por arte de magia.



-¿Qué, te gusta? ¿eh? ¿te gusta, te gusta?
-Me encanta, pero eres consciente de que esto es ciencia ficción ¿no?
-¿Cómo? ¿no te acuerdas? si pasó el otro día cuando me estabas esperando y...
-Cariño -me dice sujetándome la barbilla entre sus dedos -te aseguro que yo no lo recuerdo así. Así es que la próxima vez no me hagas esperar media hora ni aunque te pongas ligueros.
-Ya me has fastidiado la noticia.





jueves, 29 de diciembre de 2011

ESTRATEGIAS Y SEXTO SENTIDO DE UNA MADRE.



Abro la puerta, esta vez ni siquiera la perra ha venido a saludarme, pondré el cronómetro a ver en cuantos segundos, ya ni minutos, tarda mi madre en darse cuenta de mi cara, tres, dos, uno…

-Mamá estoy aquí.
-Uii algo te ha pasado.

Exacto, a esto me refería, 5,3 segundos, debería de asustarme pero estoy acostumbrada al sexto sentido de mi madre, al de la mía y al de todas, tienen como un imán para saber si me pasa algo, ¿lo peor? Son las mejores estrategas, los de las guerras no se enteran, que contraten a mi madre que seguro que acaban un paso por delante del enemigo siempre!

Esto va por fases… si si, por fases, primero es una afirmación, después vendrá una retahíla de preguntas trampas y por último el victimismo.

-Nada mamá, no me pasa nada, ¿que hay de comer? –Le pregunto
-A ti te pasa algo, es el instituto ¿verdad?¿ O has discutido con alguien ?

Lo dicho, visto lo visto si me siento en la mesa me acabaré levantando del mal humor, decido irme a mi habitación y ella como buena reina del juego, me sigue.

-Alicia ¿me contarás algún día lo que te pasa? ¿Es un chico verdad? ¿Como se llama?
-No te voy a decir como se llama!
-Te pillé, ose que hay un chico y sin nombre…

Mierda, me ha pillado.

-Claro que tiene nombre mamá por favor…
-En fin, cuando tu quieras me lo cuentas eh eh eh… -Repite estos tres “eh” con énfasis, aquí llega, el victimismo.
-Mamá enserio deberías de ser la ayudante del doctor gachet.
-No, dudo que me sentara bien el traje.- Y se queda tan a gusto, al fin y al cabo, es mi madre, la quiero y si a día de hoy consigo sonsacarle las cosas a Clara es con su método.
-Está bien, te lo contaré, el otro día en halloween….- Y así con estas tres frases empieza a ser como mi mejor amiga, que me dará un duro consejo al final, pero decido contarle que me lo encontré…

-¿Y bien? – Le pregunto inquisitiva.
-Que para eso no me cuentes nada!
-Pero si me has perseguido por toda la casa! –Le replico.
-Pero es que todo esto de el “energúmeno” vamos a llamarle así debido a que todavía no me creo que sea de nuestra misma raza…-La interrumpo.
-Mamá, los hombres jamás compartirán nuestra raza.- Y la abrazo, y vamos a la cocina, y retiramos el plato de cocido y escondiéndolo en la nevera como el que no quiere la cosa dice dos simples frases:

“-Bienvenido seas chocolate” y “El cocido ya se lo comerá tu padre”.

Y entre risas acabamos dejando el mal humor a un lado para aprender que si todos fuéramos de la misma especie no existirían momentos como estos.

Simplemente Alicia

Y con esto nos despedimos de Simplemente Alicia, esta marvillosa adolescente que nos ha acompañado y entretenido con sus historias y que se emancipa, sí ha creado su propio blog así es que podemos seguirla en el siguiente enlace;


Simplemente Alicia

martes, 27 de diciembre de 2011

Cómo matar a tu pareja y que parezca un accidente.

Desde el otro lado de la mesa para dieciséis, veo a mi hermano maltratar una botella de anis El Mono dándole con el cuchillo y convencido que que suena a música, mientras mi marido golpea contra su rodilla una pandereta infantil, color verde fosforito, que apena se ve en su mano, al otro lado mi cuñado y otro amigo se afanan en tocar un par de zambombas, también infantiles y a las que hay que ponerles muchas ganas para que suenen. No me digáis que el movimiento que requiere la zambomba no da para mucho, es una de las cosas más pornográficas que podamos ver.
El resto les hacemos coros, sacamos todo el repertorio de villancicos, es decir los tres que nos sabemos y los entonamos una y otra vez. Los niños hace tiempo que se han cansado de nosotros y se han esfumado. 
A las cinco de la mañana mi hermano quiere asar castañas, por fin va a estrenar la sarten que compró su mujer hace años. Pero tenemos un problemas, las susodichas castañas después de un año de esperar ser asadas en un saco se han revelado y se han convertido en armas de destrucción masiva. ¿Habéis jugado alguna vez a "haz rebotar la castaña" ¿no? y a "apártate que te doy con la castaña" ¿tampoco?, pues no lo hagáis, duele.
La seis de la mañana, una gran comilona, varias botellas del espumos especial de mi cuñada y una taza de chocolate con los consabidos churros, después a la cama calentitos. Hasta aquí una Navidad en familia como la de cualquiera.
A las diez en pie, ains que nervios, me atavío con los regalos que Papá Noel tuvo a bien entregarme por la noche, llevo mi pijama rosa fucsia, mi collar, mi fular agarro la planta de Navidad para que no se sienta excluída y dejo preparado el Rumy para la partidita de después de desayunar y voy corriendo al Árbol a ver que me ha dejado en mi casa el señor de rojo. Un paquete enooooorme, vaya este año tampoco tengo diamante, ¿lencería? no parece que sea mi talla. Muevo la caja, ¿alguien puede esplicarme por qué hacemos eso? ¿alguno de vosotros ha descubierto alguna vez un regalo por cómo suena en la caja?
      -¡Ábrelo de una vez! -me insta Ace -me estás poniendo de los nervios.
      -Shhhh, calla, quiero disfrutar el momento.
      -A este paso te sirve para San Valentín.
      -En tu vida me has hecho un regalo por San Valentín.
      -Es un decir, venga abre.
Rasgo el papel como una posesa.
      -Para eso tanto cuidado -dice mi marido.
      -De todo te quejas.
Por fin mis ojos enfocan ese, ese... ese...objeto. Primero se abren enormemente, después se achinan intentando asimilar "el regalo".
      -Cariño, creo que Papá Noel, se hace mayor y se ha equivocado de casa, esto no puede ser para mi.
      -Venga ya, ¿no te encantan?
      -Encantar no es la palabra que yo usaría.
      -Pero si son super chulos y llevan rosa como te gusta tanto.
      -Y ahí acaba la lista de cosas que me gustan de este... estos... cosa.
      -Esta cosa, tiene nombre, puedes decirlo, vamos repite conmigo p a t i n e s.
      -No, no puedo, esto es un invento del diablo, si Dios quisera que llevásemos ruedas seríamos coches, no personas.
      -Y desde cuándo crees en Dios.
      -Desde siempre, que cosas se te ocurren.
      -Ya claro, venga pruébatelos y salimos a la terraza a que les cojas el gustito.
      -¡No! no me pienso poner eso en los pies.
      -Pues va a ser difícil que te los coloques en otro sitio.
Es el momento de ponerme melosa y ¿por qué no? suplicar.
     -Devuélvelos, por favor, anda he visto un conjunto interior... -intento camelarlo con ropa sexy.
     -Ah no, siempre te regalo, joyas, lencería, perfumes... es hora de probar algo distinto.
     -¿Pero tú para qué te crees que nos casamos las chicas? hoy  en día no necesitamos un macho que nos mantenga ni nos proteja, pero sí uno que nos regale estas cosas, que regaladas saben mejor.
     -¿Cómo coño has convertido el regalo de unos patines de Navidad en una discusión sobre sexos?
     -Pues no voy a patinar que lo sepas.
     -Siempre te quejas de que hacemos pocas cosas juntos.
     -Me refería a cosas como ir al cine o al teatro.
     -También dices que no quiero hacer deporte contigo.
     -Me refería al frontón.
     -La última vez que jugué al frontón contigo me pase una hora y media recogiendo pelotas.
     -Ja, te pillé. Sólo jugamos media hora.
     -Créeme, lo sé. Anímate mujer, seguro que luego te gusta -me dice agarrándome por la cintura y dándome un bocadito en el cuello.
     -Que morro tienes, eso no vale.
Al fin me decido a darle el gusto y termino de vestirme de Navidad, al pijama, el collar y el fular tenmos que unir ahora unos patines, negros con rosa chillón. La planta la dejo sobre la mesa, es una cuestión de supervivencia, voy a necesitar las manos para agarrarme.
Mi marido me ajusta los patines.
   -¡Ayyy!
   -Tienen que ir bien ajustados, ¿te aprietan mucho?
   -No -digo con un mohín y poniendo cara de pena, pero nada no se apiada de mi.
Me levanto y para mi sorpresa mantengo la vertical.
   -Mira no me caigo.
Mi marido sonríe.
   -Ahora solo falta que avances.
   -No, no te preocupes así estoy bien.
   -Bela...
   -Miércoles. Como me caiga...
Juro que me estoy moviendo, balanceo mi cuerpo hacia delante y hacia atrás pero nada estoy fija en el sitio como una estatua.
   -Esto... Bela para avanzar tienes que mover los pies.
   -Que gracioso, ¿tú sabes lo que pesan las losas que llevo en los pies?
   -Veeenga, abre un poco los pies hacia el exterior e impulsate.
Lo hago y... sorpresa me muevo y es divertido.
   -Para frenar levanta la punta del pie -oigo que me dice mi marido.
Oh, oh la terraza se acaba, voy directa a la caseta, levantar el pie, voy. Ploooofffff.
   -¡Ayyyy! -mi culo rebota en el suelo.
   -El pie entero no, la punta -me informa Ace acercándose a mi -.Cariño ya puedes soltar el ficus los has dejado sin hojas -me susurra agachándose para ayudarme.
   -Mi amor, ¿esta es tu forma de matarme y que parezca un accidente?
    

    


          

  

jueves, 22 de diciembre de 2011

CRÓNICA DE UNA PRESENTACIÓN ANUNCIADA




Bela Marbel

16:45 horas     

-Cariño, ¿te parece bien si me pongo la camiseta de la calavera? –me pregunta Ace mientras se vaporiza ligeramente con Egoiste  -el perfume de los grandes acontecimientos, como los mejores vinos es añejo debe tener unos diez años-.
-Tendrás que ser algo más específico –le contesto.
-Pues la de la calavera.
-¡Ahhh esa! –replico con ironía –la negra.
-No, la otra.
-La gris.
-No mujer, la otra.
-La gris y negra.
-Que no mujer, la otra.
-A ver amor, todas tus camisetas son negras o grises y llevan calaveras así es que ponte la que te dé la gana.
-Joder pero digo el polo –lo miro indignada.
-Podías haber empezado por ahí. Sí cariño con el polo vas súper arreglado –confirmo.
-¿Verdad? –me dice mirándome orgulloso.
-¿Nunca te vas a poner algo de otro color?
-Recuerdas la camiseta de la rana ¿verdad?
-Ajá.
-Pues no, nunca más.

17:30 horas                                                                                           

Ring-ring-ring.
-Cariño eso es tu móvil –me informa mi marido camino del coche.
-Ah sí, jopetas que raro suena. No me sale el nombre.
-Porque no te has pasado la agenda al teléfono nuevo, solo a ti se te ocurre cambiar de teléfono precisamente hoy.
Yo me limito a encoger los hombros en señal de indiferencia y descuelgo.
-Bela –me dice una voz al otro lado.
-Hola Oli ¿por dónde vas?
-Pues no me preguntes cómo lo hemos hecho pero estamos en la puerta del ayuntamiento y ahora qué?
Le indico tranquilamente el camino mientras sigo hacia el coche.
-¡Beeeelaaaaaa! –oigo un grito desgarrador que interrumpe mi conversación.
-¿Quéeeee? –contesto.
-Que te has pasado el coche –dice mi marido.
-Ups, es verdad. Estooo, cuando estés llegando me llamas otra vez –colgamos ambas a la vez para hacer “ambas” caso de las indicaciones de nuestros respectivos, “ambos” dejan caer palabras como “orientación” “mujeres” “mapas”…
-Bela has quedado a las seis y son menos veinte.
-¿Ves? Vamos bien aún me quedan veinte minutos.
-Eres la anfitriona, deberías estar allí antes de hora y no con el tiempo justo.
-No me estreses y arranca a ver si al final llegamos tarde por tu culpa ¿vale?
-No si conociéndote llegarás tarde a tu propio entierro.
-Ja, tus ojos no lo verán.
-Muy graciosa.

17:45 horas
              
Entro miro el cartel con la foto de la portada, la mía y… a correr con tacones y todo.
Cuando he conseguido llegar a la puerta unos fuertes brazos me sujetan.
-¿Dónde vas? –pregunta mi marido.
-Ummmhhh a fumar.
-Tu no fumas y la de aquel que se fue a por tabaco y nunca volvió me la sé, tira para dentro.
-De verdad que me duele la tripa, estoy malita y no voy a poder hablar ni nada.
-No poder hablar tú, eso sí que sería una novedad.
-Bela por fin llegamos –es Olivia.
-Oli, que no va a poder ser que me encuentro fatal.
-Pues yo ayer estaba afónica así es que por poco te presentas a ti misma.
-No jorobes que bastante susto llevo ya, estooo pobre ¿estás mejor?
-Sí es lo que tienen los fármacos. Puedes soltarla Ace, dentro de nada las piernas no le van a responder como para salir corriendo.
-Vosotros sí que sabéis animarme. Hola Cooper –el respectivo de Olivia- habéis llegado bien.
-No preguntes, pero dejar que vosotras deis las indicaciones no ha sido la mejor de las ideas.
-Si no os importa voy a fumarme un cigarrito antes de entrar –nos indica Oli.
-¿Y a ella sí la vas a dejar? –le pregunto a mi marido.
-De hecho la voy a acompañar, tú para adentro –me dice empujándome hacia la puerta.
-Jo.

Una vez entro me recubro de una capa de naturalidad y saludo a todo el mundo, beso, abrazo y agradezco y lo hago de corazón, ha venido mucha gente pero me siento en familia y todo resulta mucho más sencillo de lo que había imaginado.
Olivia entra enseguida y como somos mujeres de improvisaciones bien preparadas, cogemos el bloc –más concretamente ella lo coge- y escribimos las preguntas que me va a hacer –ella las escribe y yo sigo saludando-.

-¿Empezamos? –me dice Mamen, la dueña del local.
-Vamos.
-¿Sabías que vendría tanta gente? –me pregunta Olivia cuando estamos sentadas en el escenario y con los focos cegando nuestra visión.
-Pues no, pero vamos como no veo ni torta estoy tranquila.
Olivia da unos golpecitos al micrófono.
-Esta ya conectado –me dice bajito.
-Pues eso que no vemos ni torta –digo ya cara a la galería.
-Buenas noches a todos y gracias por venir estamos aquí para conocer a Bela (…)
Todo fue de maravilla y no puedo menos que estar eternamente agradecida a todos los que asistieron y me apoyaron en un día tan importante para mi, a mi querida Olivia Ardey, que vino desde Valencia y que hizo que todo fuese natural y sencillo, a Mamen por dejarme el Clan Cabaret, el local más chulo de Alicante ya puedo decir que he subido al mismo escenario que Wyoming, a Jose y Rosa, dueños del Çigró que nos agasajaron con un maravilloso ágape y a mis hermanas que me metieron en esta aventura. Y a la infinita paciencia de Ace.








Olivia y Bela

Presentación Espirales




Firmando




                                                  



jueves, 15 de diciembre de 2011

DÍA 16 DE DICIEMBRE DE 2011 PREVIA A LA PRESENTACIÓN DE ESPIRALES EN EL OMBLIGO EN LA SALA CLAN CABARET.


13:30 Horas

-¿Cómo estás? –me pregunta Rita saliendo del laboratorio.
-Estoy atacá riá pitá.
-Respira hondo, uuunoooo, doooos …
-Tres, cuatro, cinco y diez. Ya. No funciona. ¿Y ahora qué?
-¿Recuerdas lo que te recomendaron para el glaucoma? Pues eso.
-Sí claro, para que me dé la risa en medio de la presentación.
-Bela cariño, conociéndote te va a dar igual.
-Gracias por los ánimos.
Llaman al timbre de la clínica cuando Rita y yo ya estamos cogiendo las cosas para cerrar e irnos.
-Es Lili –me informa Rita dejándola pasar.
-¿Nos vamos ya? Uy que estoy súper nerviosa.
-Eso sí me ayuda –comento.
-Venga petarda que va a ir muy bien, pero date prisa que aún nos quedan muchas cosas que hacer.
-Tú sigue presionando, quién me mandaría a mi. No os miréis así que os estoy viendo. Tenéis que hacerme un favor.
-¿Quéeeee? –suspira Rita.
-Tenéis que prometerme que si intento huir me detendréis.
-No seas absurda –se ríe Lili.
-No lo soy.
-Lo eres -interviene Rita –de hecho eres más absurda que una que yo me sé, que intento suicidarse con doce yogures caducados.
-¿Se golpeó con ellos hasta que se abrió la cabeza? –pregunté.
-Nop, se los comió y morirse no se murió pero la canalera fue antológica.
No pudimos evitar que nos diera la risa.
-Dios que malas nos estamos riendo de una pobre chica que se quería morir –se queja Lili mientras sigue riéndose.
-Huy pero si fue lo mejor que le ha pasado según cuenta ella misma, conoció a un celador y se enamoró como loca y ahora vive feliz como una perdiz.
-Sí, sí. Vivieron felices, comieron perdices y nunca más probaron un yogurt. Ja ja ja..

14:15 H.

-¿Qué quieres? –me pregunta Laura, que es mi peluquera.
-Un valium no estaría mal.
-Ya, pero yo me refiero a algo  más del estilo rulo o pinza.
-Córtame un poco por detrás y me lo peinas con ondas ¿no?
-Que mala, te lo cortas hoy que Ace no se va a atrever a enfadarse contigo –replica Lili.
-Ups no lo había pensado.
-Una apuesta es una apuesta Bela –me recuerda Laura –y tú la perdiste y se supone que te lo tienes que dejar.
-Eso si fuera una mujer de palabra pero ¡sorpresa! No lo soy.

17:00 H.

Me subo las medias, me bajo el vestido y salgo.
-Ta chaaaannnn. ¿Cómo estoy?
-Preciosa –responde Ace acercándose y dejando un beso en mi cuello. ¿Por qué en el cuello? Mi chico es uno de esos hombres que no soportan el pintalabios.
-Ves de lo del pelo ni se ha dado cuenta –observo.
-Oh, sí me he dado, pero ya sabía que lo harías.
-¿Ves? Él si sabe que no tengo palabra.
-Venga chicos que vamos bajando –nos ordena Lili.

17:45 H.

Llegamos a la puerta de la sala en que se celebra la presentación, Rita está dentro esperándome, con Aly, Jossy y Nube.
Entro miro el cartel con la foto de la portada, la mía y … media vuelta y a correr con tacones y todo.
-Pues lo ha hecho –le dice Rita a Lili.
-Ehhh, va a ser que sí.




BELA MARBEL

       


            16 DE DICIEMBRE DE 2011
                A LAS 20:00 HORAS
            CAPITÁN SEGARRA Nº 16
                 03004     ALICANTE



   
  

jueves, 8 de diciembre de 2011

Tributo a Elfo "Elfo, Bêlit y la merluza rosada"

-¿Te das cuenta del olor que sale de la cocina? –preguntó ella moviendo nerviosa el trasero, como hacía siempre que se excitaba. Él supo inmediatamente que pronto estaría en problemas.
-Sí pero han dejado la puerta de la cocina cerrada. Eso quiere decir que eso que hueles es su comida, no la nuestra -. Protesto Elfo sin molestarse en mover ni un pelo. Estaba muy agustito así enroscado en su cesta de mimbre y no tenía ningún interés en alentar a su compañera en ese afán suyo por meterse en líos.
-¿Cómo puedes ser tan perro? –increpó Bêlita. Elfo alzó las orejas a la vez que una de sus larguísimas cejas, con cierto toque irónico en el gesto.
-Vale, perro no es la palabra apropiada pero eres muy perezoso –confirmó mientras se paseaba delante de la puerta de la cocina a un ritmo frenético.
-Lo que tú digas –contestó él entre bostezo y bostezo.
-No me lo puedo creer, una hermosa y muertísima merluza nos llama desde la cocina y tú solo sabes bostezar, ¿por qué Dios de todos los gatos, por qué me ha tocado a mi el más soso entre los sosos?
-No me vas a dejar dormir ¿no?
-¿Dormir? ¿quién puede pensar en dormir con ese olor flotando en el aire?
-Yo.
-Brggggg. No sabes que manía te tengo.
-Ummhhhh, sí, lo sé.
-Está bien, me las arreglaré yo sola, pero luego no me pidas ni un poquito.
Elfo por toda respuesta se dio la vuelta, y se arrebujó un poco más en su hueco.
Bêlit saltó estirando todo lo que podía la patita, para intentar llegar al pomo de la puerta. No hubo manera. El especialista en salto de altura estaba roncando en su cómoda cama de mimbre, abrazado por una multitud de cojines, bien arañados.
Bêlita llevó el hocico de un lado a otro intentando concentrarse, tenía que convencer al dormilón de que quería esa merluza tanto como ella.
Se acercó sigilosa, esa era su propia especialidad, nadie era capaz de oírla llegar ni siquiera su compañero. Acercó su boca a la relajada oreja de él.
-Merluza, quiero merluza, rica, sabrosa, aromática merluza –dijo en voz baja. Vio cómo Elfo movía la boca. Bien estaba funcionando, estaba consiguiendo que la boca se le hiciera agua.
-Jugosa, tierna, fresca merluza… -continuó.
Elfo bostezó, se relamió  y movió el hocico intentando captar algo olfativamente. Y ahí estaba, ese olor a merluza fresca y rosada se le metió por el triángulo de su nariz y recorrió todas sus fibras nerviosas hasta que abrió los ojos de par en par, y de un salto se plantó en la puerta de la cocina.
Bêlita cerró los ojos, levantó la pezuñita y abriéndola se lamió los huecos entre los dedos para premiarse por un trabajo bien hecho.
-Fácil, demasiado fácil –se dijo a sí misma.
-Por mis pelotas que hoy cenamos merluza –maulló Elfo muy seguro de sí mismo.
-Cariño –contestó ella con una sonrisa maliciosa –siento ser yo quien te dé la noticia pero ya no tienes de eso -. Siguió lamiéndose como si tal cosa.
-Y de quién será la culpa –bramó él.
-Oye que yo estaba recién parida.
-Cuatro meses Bêlit, y todavía los llevabas colgando de las tetas. Además eras tú la que subía su precioso culito hacia mí.
-Ya basta, ¿piensas abrir esa puerta en algún momento de aquí al próximo año?
Elfo dio un magnífico y elegante salto alcanzando la manivela, la empujó hacia bajo en su retorno hacia el suelo. La puerta cedió inmediatamente y el gato entró con la cola y la cabeza bien altas.
-Marramiauuu, como me pone este gato cuando se hace el súper macho –ronroneó la nena.
Un segundo salto y estaba en la encimera mientras ella lo observaba con admiración desde el suelo, moviéndose inquieta. Elfo se tomó su tiempo para sacar los filetes de merluza rosada del paquete de papel de aluminio, rasgó por aquí y por allá con sus afiladas uñas hasta conseguir desenvolverlos y miró a su chica esperando el reconocimiento que se merecía.
Ella no lo defraudó y con una caída de pestañas y un relamido le hizo saber cuánto lo adoraba en ese momento.
Elfo empujó el paquete con un toque de pata estratégico y éste acabó a los pies de su amada Bêlit. Después se dejó caer él y ambos comenzaron con el festín.
Ruido de llaves y pisadas.
-Mierda ya están aquí –protesto la nena.
-Come rápido porque en cuanto entren se nos acaba el chollo.
-¡La madre que os parió! ¡Mi merluza! –gritó Bela.
-Serán cabrones –se rió Ace.
-No te rías que ahora a ver qué comemos.
-Pues yo dejé la puerta cerrada.
-Sí seguro –dudó Bela.
-Lo juro.
-Claro, claro –contestó la mujer enfadada mientras recogía la merluza del suelo y la llevaba a la cocina seguida de dos gatos negros de pelo largo que se metían entre sus piernas y maullaban sin parar.
-Cariño ahora ya qué más da, deja que se la terminen ¿no? –comentó Ace.
-Sí hombre, encima les premiamos.
-Venga no la vas a tirar ¿no? –susurró agarrándola por la cintura.
-Pues vete pensando en qué comemos nosotros.
Cinco minutos después todos están comiendo.
-En el fondo me dan pena –dijo Elfo a Bêlit.
-¿Por? –pregunto ella dando buena cuenta de la merluza.
-Míralos, comiéndose un triste sándwich de mortadela mientras nosotros degustamos esta maravillosa merluza.
-Ahora que lo pienso esa mortadela huele que alimenta.
Elfo la miró con los ojos como platos temiendo lo que se le podía estar ocurriendo ahora a su querida loca.



viernes, 2 de diciembre de 2011

Querida Despechugada

Querida Despechugada:

Como después de leer "Maldito sujetador" veo según el correo que me mandaste hace unos días, que aún te quedan dudas respecto a la cuestión que me habías planteado, procedo a darte un consejito.
Ten en cuenta que mi respuesta va a ser la de esa amiga impertinente a la que normalmente no te gusta escuchar pero que suele tener razón.

Primero os recuerdo la pregunta que dejó en el blog la interesada.

"Querida Bela  mi CDTN -para los que no habéis leido la anterior consulta os diré que  CDTN es la forma simplificada de llamar al Capullo De Tu Novio- tras haber perdido yo mucho peso, por sus reclamos constantes, se queja ahora porque con el peso se fue también el pecho.
¿Tendría que operarme? él me dice que Sin Tetas No Hay Paraíso"


Despechugada, para el comentario de tu CDTN solo hay una respuesta posible.

-Cariño, yo el paraíso lo tengo algo más al sur, y como no vayas a visitarlo en los próximos cinco minutos me buscaré otro turista.

La decisión de operarte o no el pecho es solo tuya, depende únicamente de lo que TÚ quieras y necesites, los deseos de los demás que se los ventilen ellos.

Pero tu primer error fue adelgazar solo porque él así lo quería, tu cuerpo, tus decisiones.

Como me gusta daros opiciones, ahí te dejo tres.

Opción A) Mantienes tu esbelta figura, te operas el pecho, los morros, la tripita, te tiñes el pelo... y todo lo que a tu chico se le ocurra hasta tener la imagen perfecta de mujer con la que él sueña, y cuando lo hayas conseguido, te apuntas a un club de SUMISOS porque es lo que te queda para el resto de tus días con él.

Opción B) Te "hartas" a donuts hasta recuperar tu antigua redonda y tetona figura, quizá sea la opción más apetecible, valora si es la más saludable.

Opción C) Te quedas como estás, al fin y al cabo los paraísos alternativos no están nada mal.

Y cariño, tu CDTN eleva la C al cuadrado así es que lo de dejarlo no es opcional, salvo que escojas la opción A claro, en cuyo caso dejarás de pedirme consejo supongo.

Ánimo y suerte con la vida.




sábado, 26 de noviembre de 2011

Presentación trailer de Espirales en el Ombligo

-Nena dame la 38, que esa me va a estar grande.
-Señora mire que con lo de las tallas, al venir de fuera… -intentó convencerla.
La mujer, de las llamadas de mediana edad y con una más que razonable 42 de talla, se empeñaba en calzarse unos ajustados pitillos, de corte cadera –ideales para enseñar el piercing del ombligo, piercing que no tenía claro-.
-Ya nena, pero es que no me hace falta probármelo, a la vista está que me vendrá grande.
-Tenga la 38 –Nina prefirió no discutir.
Cinco minutos después…
-¡Oye chica! –salió una voz desde el probador -Nos hemos debido equivocar porque ésta no me pasa del muslo y mira que yo estoy delgadita.
“¿Nos hemos?” se dijo a sí misma Nina.
-Le traeré la 42.
-No no, tráeme la 40, no te pases.
“Respira, Nina, respira”
-Si claro, la 40 quería decir –informó Nina mientras le pasaba una 42.
Cinco minutos después…
-Nena tienen un corte muy raro, mira me saca los michelines por aquí, es que ya no hacen ropa como la de antes.
-Aha –al salir pasaría por el súper, tenía que comprar unas cosas, o mejor mañana, ah! Y tenía que recordar llevarse los zapatos de doce centímetros…
-¿Nena me escuchas?
-Claro señora, claro.
-Nina hora de cierre –le dijo la encargada por el pinganillo.
A Nina le encantaba su trabajo, pero hoy estaba deseando llegar a casa.
-¿Qué vas a hacer esta noche? –le preguntó su amiga y compañera.
-Directa a casa, me he dejado a medias una novela que me tiene enganchada.
-¿Cómo se llama?
-Espirales en el Ombligo.
-¿Y de qué va?
-Pues Ana Cruz…

jueves, 24 de noviembre de 2011

Espirales en el Ombligo capítulos 1 y 2

El final antes del principio

—Ana ¿sabes en dónde está mi camiseta de Green Day?
—¿En el armario? ¿En donde están todas tus camisetas? —contesté a mi marido con tono irónico.
—No me hagas sufrir, que no la encuentro.
—Pero si la última secadora la guardaste tú.
Él vino hasta mí, me dio un beso el cuello y jugó con sus manos en mi pecho.
—Venga, búscamela.
—Y si no, ¿qué?
—Si no, iré desnudo a trabajar. O mejor, no iré y nos quedamos haciendo cositas.
—Serías capaz de cualquier cosa con tal de no ir a trabajar ¿eh?
—Mujer, yo no diría «cualquier cosa» —me dijo, bajando su manos hacia mis caderas, haciendo que notara su erección matutina.
—Vale te la busco.
—Vaya ahora prefería lo de quedarme. —Fui hacia el armario y me siguió de cerca. A la primera di con la camiseta y se la tiré en las narices.
—Lo que te pasa es que ni la habías buscado. Lo que buscabas desde el principio es otra cosa, salido.
—Pues sí. Es que me gusta mucho mi mujer, ¿qué voy a hacer? —repuso mientras me daba un beso.
—Vamos, póntela. ¿Qué harías tú sin mí?
—Ir todo el día en bolas y ofrecerme a toda la que quisiera verme.
—Ja, qué gracioso eres —repliqué, metiéndole la camiseta por la cabeza.
Mi marido era muy guapo, la verdad. Era de esos rubios que parecen pelirrojos, con la nariz afilada y perfecta y una boca ancha de labios finos; casi tenía cara de chica. Muy meloso y risueño. Como él decía, tenía un buen trabajo, un buen techo y una buena mujer. ¿Qué más se puede pedir?
—¿Me obligas a ir a trabajar?
—Sí, te obligo, perro.
—Pues que sepas que estaré muy apenado y cuando vuelva querré resarcirme.
—Pues no va a poder ser, yo tengo turno de tarde.
—Pues de esta noche no pasa, que por lo menos hace dos semanas que no estamos juntos.
—Ya veremos si esta noche, cuando llegue, no te has dormido.
—Oye, tampoco hace falta que me lo recuerdes para el resto de la vida.
—No, sólo una semana más.
—Vale, me voy. — Me dio un beso y desapareció tras la puerta.
Ya no le volví a ver.

A las nueve tocaron al timbre. Era Carlos, el marido de mi amiga Clara e íntimo amigo de Marcos. Estaba visiblemente nervioso y con los ojos inyectados en sangre. Nada más abrirle la puerta me abrazó.
—Ana, Ana… —acertó a decir
—¿Qué te pasa? ¿Te has vuelto a pelear con Clara? Deberíais plantearos en serio lo del consejero matrimonial, esto se está volviendo una costumbre.
—No —respondió apartándose un poco y cogiéndome las manos.
—Carlos ¿qué pasa? Me estás asustando.
—Es… Marcos.
—¿Qué pasa con Marcos? —pregunté, ahora ya visiblemente alterada.
—Ha tenido un accidente.
Me dejé caer en el sofá, intentando asimilar la noticia.
—Vale, pero está bien, quiero decir… —Carlos negó con la cabeza.
—Un conductor se durmió al volante y chocaron de frente. Está muy mal. Muy, muy mal.
—¡No! —grité cogiendo el bolso—. Vamos, tengo que verlo. Se va a poner bien, ya lo verás.
Durante el trayecto al hospital no hablamos, sólo lloramos sin parar. Al llegar nos dirigimos directamente a la UCI.
En vez de entrar por la puerta de personal llamamos al timbre, asumiendo nuestro papel de familiares. Nos abrió Clara. Yo entré como una ráfaga de viento mirando en todos los boxes, pero no lo encontré. Clara consiguió pararme.
—Cariño, cariño —me dijo llorando y abrazándome.
—¿Dónde está? Clara, dime dónde está y deja de llorar. ¡Se va a poner bien, ¿me oyes?! —grité a mi amiga.
—No… No está aquí.
—¿Lo habéis subido ya a planta? —Ella negó con la cabeza.
—Está todavía en urgencias. Voy para allá.
—Ana, no. —Me detuvo a la vez que negaba con la cabeza.
—¿Cómo que no? —Ella seguía moviendo negativamente la cabeza. Alcé la vista y vi que todos me miraban. Todos menos Carlos, que se abrazaba con una mano mientras con la otra se tapaba la cara. Se había sentado. No, más bien estaba derrotado sobre una silla. Lucy le acariciaba la cabeza con lágrimas en los ojos.
—No ha podido superarlo.
No recuerdo nada más.
Sé que preparé el funeral. Sé que caminé mucho durante dos semanas; iba mucho a ver el mar. Sé que no tenía ganas de comer ni de ver a nadie; que cada vez que sonaba el teléfono o el timbre esperaba que fuera él diciéndome que todo había sido un mal sueño. Y sé que si no le hubiera obligado a ir a trabajar esa mañana, estaría vivo.


La boda
                           
Qué tarde se ha hecho. La verdad es que no me apetece demasiado ir de boda, pero Clara es mi mejor amiga, hemos pasado toda una vida juntas, buenos y malos momentos; incluso algunos dramáticos.
Ésta es una segunda oportunidad para Clara, ya que se casa por segunda vez; hace un año que se ha separado de Carlos, su amor desde que íbamos al colegio. Carlos, Marcos, Clara y yo, siempre juntos y ahora qué distintas eran las cosas.
Me apresuro a coger el móvil que suena con insistencia
—Dime, pesada —contesto sin mirar el número porque ya me imagino que es Clara.
—¿Ana, dónde estás? El fotógrafo ya está aquí y ha pasado algo, te necesito.
—Ya voy. Cojo el bolso y bajo.
Yo sigo viviendo en el ático que en su día compramos Marcos y yo. Clara se trasladó al mismo edificio cuando se separó; al segundo piso, en el centro de Alicante. No sé si a partir de ahora seguiremos con nuestra rutina de comprar en el Mercado Central, que está muy cerca de casa; escoger algunos ramos de flores en la plaza y después la cervecita en las terrazas de la zona. Un ritual del que ambas disfrutamos mucho los sábados o los viernes por la mañana, dependiendo de nuestros turnos de trabajo.
Le debo mucho a Clara. Si no llega a ser por ella, probablemente no habría podido soportar la pérdida de Marcos aquel fatídico día. El peor día de mi vida. Tan repentino que no pude reaccionar hasta pasadas unas semanas.
Alejo esos pensamientos de mi mente, es el momento de pensar en cosas alegres. Mi querida amiga se casa esa misma tarde ¡y por la iglesia! Quién se lo iba a decir a ella. Lo que no hagamos por amor…
Me alegro mucho de que Clara haya conocido a Dani y las cosas les vayan tan bien, pero no puedo evitar pensar en que ahora me sentiré un poco sola. Todo entre ellos ha sido muy rápido; se conocieron en el hospital en el que ambas trabajamos.
Clara es enfermera, yo fisioterapeuta y Dani era mi paciente. Y aunque al principio hubo algunas fricciones porque, todo hay que decirlo, Dani es bastante vacilón y chulito, se enamoraron como locos y en pocos meses han culminado su locura con esta boda.
Me miro en el espejo antes de salir. He optado por un vestido de Hannibal Laguna que me ha costado un riñón, pero mi amiga se lo merece. Es de color dorado, de talle ajustado con tirante fino y una vaporosa falda de gasa; con pedrería en el corpiño y casi toda la espalda al aire, respetando así la norma no escrita: «Ni rojo, ni blanco, ni negro riguroso».
Llevo recogida la media melena rubia con una flor color púrpura —la flor del árbol del amor— a un lado, dejando que el resto caiga en suaves ondas por mi espalda. El maquillaje, discreto, resalta mis ojos color avellana y realza mis labios gracias a un poco de gloss sabor y color caramelo.
Termino de abrocharme las sandalias de diez centímetros de Pura López en color carne —un caprichito de la temporada pasada—, cojo el chal púrpura y dorado y el bolso de mano, también en el mismo tono y que junto con la flor me dan el toque de color. Reviso que no me falte nada y salgo en busca de mi amiga.
Cuando llego a su puerta no tengo que llamar. Está abierta.
—Veo que hay entrada libre. ¿Dónde estás, histérica? —bromeo.
La madre de Clara sale a recibirme con cara de alivio. Es una señora de buen ver, a sus sesenta años se cuida mucho; hace yoga y natación y no deja parar a su marido. Él, que es algo mayor que ella y ya está jubilado, siempre dice que si lo llega a saber, sigue trabajando.
—Menos mal que has venido. Esta hija mía dice que no se casa por la iglesia. Que no sé qué de renunciar a sus principios, que el pobre Dani hace lo que quiere con ella. Lo ha llamado y todo para decírselo.
—¿Y qué le ha dicho Dani? —pregunto, aunque imagino la respuesta.
—Qué le va a decir… Que está loca, y que te llamara, que tú sabrías cómo ayudarla a no casarse. Éste también está como una cabra; te lo digo yo, son tal para cual.
—No te preocupes, yo me hago cargo.
—Es que la ha llamado Carlos para felicitarla —me confiesa en voz baja, como si hubiera espías— y claro, se ha descompuesto. A ese chico, ¿cómo se le ocurre?
—Han pasado muchos años juntos. Se tienen cariño, Mariló, lo habrá hecho de corazón.
—Pues ha metido la pata, porque Clarita ha empezado con que «y si me equivoco otra vez», «mira que ceder en lo de la iglesia…» y todas esas pamplinas.
—¿Está en su habitación?
—Sí, pasa, pasa; que el fotógrafo está esperando. —El susodicho me dirige una mueca de fastidio sin demasiada emoción, señal de que está acostumbrado a lidiar en estas plazas, supongo.
Pobre Carlos, qué momento más difícil tiene que estar pasando. A pesar de que los dos tenían muy claro que su amor se había acabado, el sentimiento de posesión perdura en el tiempo y, como él mismo me confesó, sentía que le estaban quitando un trocito de su vida. Otra vez. Una vida que él no había conseguido rehacer; se había convertido en una cabra loca, de cama en cama, de rollo en rollo. A su manera es feliz, pero nunca hablamos realmente de lo que sintió cuando murió Marcos. No sólo yo me quedé vacía, los tres sufrimos una especie de cataclismo, yo llorando todo el día y toda la noche, Clara sin separarse de mi lado por si cometía una locura y Carlos alejándose de nosotras y de todo lo que le recordara a su amigo. Cada cual vive las tragedias a su manera.
—Princesa, ¿qué te pasa? Tienes a Dani en un sinvivir —le digo.
—¿Tú crees que estoy cometiendo un error?
—Pues la verdad es que sí.  
—Lo sabía. ¿Qué voy a hacer ahora? ¿Cómo se lo digo?
—Yo me refería a que las zapatillas de estar por casa no te pegan nada con el vestido de novia —intento restar seriedad a su crisis.
—No seas burra, esto es serio.
—No. No lo es. Son sólo los nervios de última hora. Es normal, le pasa a todas las novias; pero a tu madre le va a dar un ataque y Dani está a punto de mandarte a paseo.
—¿Y si me vuelvo a equivocar?
—¿De verdad piensas que todos los años que pasaste con Carlos fueron un error?
—No. Probablemente sólo los tres últimos.
—Pues que te quiten lo bailao —le digo—. Y venga, que es tarde; date la vuelta que te abroche esta marabunta de botones. ¡Dios! ¿no había más para ponerte?
—Déjame tu móvil.
—¿Para qué?
—Para llamar a Dani.
—Buena idea, así lo tranquilizas —acepto, sacando el iPhone de la cartera de mano y entregándoselo.
Marca, y mientras suena se va quitando las zapatillas para ponerse los zapatos de novia. La miro atentamente, está preciosa. Lleva un moño bajo, ha optado por peineta, y un vestido tipo andaluz de Vitorio Luchino que realza sus formas de guitarra; es una morenaza de pelo oscuro pero con los ojos verdes muy claros, parecen casi transparentes. Con una mano sujeta el móvil y con la otra se levanta el vestido. Mientras, oigo como le dice a Dani con voz amenazante:
—Oye, tú, si me haces daño, si me traicionas o me dejas, te juro que te la corto.
—Y ésta sabe cómo manejar un bisturí, te lo digo yo que la he visto —azuzo, gritando un poco para que me oiga. No sé que le contesta él, pero veo cómo se dulcifican sus gestos y ya sólo contesta, «sí, mi amor», «claro, mi amor», «yo también, mi amor».
—¿Qué? Parece que te ha convencido, ¿no?
—A qué es bonico. Es que me quiere un montón. Y yo a él, la verdad, no sé por qué me he puesto así. Venga, que es tarde.
—Estás preciosa, creo que no he visto una novia igual en mi vida.
—¿Crees que Carlos estará bien?
—Hoy seguramente no, pero mañana estará mejor y pasado se habrá hecho a la idea. Y quién sabe, a lo mejor un día de estos se deja cazar y todo.
—Es que estoy preocupada por él. Qué idiota, ¿no? Después de lo que pasó, pero es que sé que desde lo de Marcos no ha vuelto a ser él mismo. Cree que está viviendo a tope, aprovechando el tiempo, y no sabe que se está perdiendo en su absurda búsqueda de no sé qué.
Se me nublan los ojos. Las lágrimas amenazan con estropear el maquillaje. Ya decía yo que no me apetecía mucho ir de boda, sabía que me acordaría de mi marido, lo llevo en mi corazón para siempre; no tener su presencia física me mata y en momentos como éste, realmente me desgarra. Clara me mira, se da cuenta de que ha abierto la caja de los truenos y se disculpa inmediatamente.
—Perdóname, soy una idiota. Lo siento, lo siento. Venga, vamos ahí fuera. —A punto de salir de la habitación se vuelve hacia mí otra vez—. ¿Estás bien?
—No, nunca estoy bien, pero ya he aprendido a sobrellevarlo. No te preocupes, no es culpa tuya. La culpa es de Marcos por irse cuando no le tocaba, mañana iré a verlo y le diré lo cabrón y egoísta que fue.
—Eso, así habla mi chica.
Y salimos preparadas para toda la parafernalia de las fotos, la familia, el coche…
En el coche, el padre —por tanto el padrino— y Mariló, con la novia. Yo conduzco, me ha tocado ser el chofer. Llegamos hasta la calle que da a la iglesia de la Santa Faz y paro. Todo el mundo espera a la puerta y, mientras ellos recorren la calle —Clara, radiante y feliz; la madre colocándole bien el traje y el padrino llevándola orgulloso del brazo y sin parar de llorar, y eso que la cosa aún no ha empezado—, yo me voy a aparcar el Audi A6 de su padre.

Mark la vio entrar. No podía creerlo, era la chica que tanto le gustó cuando Dani le enseñó las fotos de la barbacoa a la que a él no le había apetecido ir, ¡y bastante se arrepintió después!
Aquella chica tenía una sonrisa preciosa y salía sonriendo en casi todas las imágenes, aunque en una o dos notó un rictus como melancolía. Tenía un cuerpo maravilloso; delgada, fibrosa, con un culo estupendo bajo aquel mini bikini. Recordó que la encontró muy graciosa en la piscina infantil de plástico, y muy, muy sexy. En una foto contó siete personas dentro la piscina, en otra la chica sexy estaba mojando a Dan y a Clara con la manguera; Dan le explicó que se habían puesto besucones y que ella no se cortó, sacó la manguera y los empapó, «para enfriarlos».
—Nos lo pasamos que te cagas y tú te lo perdiste, por memo —le había dicho Dan—. Además, la rubia a la que estás mirando está libre.
Ya he tenido suficientes rubias en mi vida, la próxima morena —le contestó.
Pues también había una morena, aunque no cocina tan bien como la amiga de Clara, que hizo un plato vegetariano que no me acuerdo cómo se llamaba, pero estaba genial.
—¿Vegetariano? Soy de Texas. Nada, mejor el próximo día me presentas a la morena.
Tú mismo. Te presento a quien quieras, pero no olvides que has venido a recuperarte, no ha revolcarte en tu mierda.
Acababa de llegar. Son más de veinte horas de viaje —protestó Mark.
—¿Y cuándo te ha detenido a ti estar cansado? —le recriminó.
—Será la edad, los treinta empiezan a pesar.
Pues tengo casi la misma edad que tú y no me quejo tanto —respondió Dan.
—Déjame en paz. Además, tú eres más pequeño. Siempre andabas con George y conmigo en los campamentos para poder ligarte a las chicas mayores. Te prometo que la próxima vez la liamos; si te deja tu señora, claro —le dijo para mosquearlo.
—Mi señora no se mete en lo que yo haga. Es una chica liberal y moderna. Deberías probarlo, para variar —le aseguró.
—Sí claro, lo que me faltaba, una feminista. Anda, vamos a currar un poco —cambió de tema, pero en realidad él siguió pensando en la foto de la rubia de la piscina.
Y ahora ahí estaba ella, delante de él. Espectacular, sexy, femenina…
Un momento, ¿había cogido el Marca, cerveza directamente del botellín, mientras su amiga se casaba?, ¡Qué raras eran las españolas!
Entonces se acordó de las palabras de Dan: «liberal y moderna». Después de todo quizá sí lo probaría. Si además le gustaran los coches y el boxeo… Le dio risa sólo pensarlo. En una ocasión le había confesado a su hermana cómo sería su ideal de mujer, ella se burló de él diciéndole que lo que en realidad quería era una versión de sí mismo con tacones y falda de tubo.

Cuando consigo dejar bien aparcado el coche me doy cuenta de que la ceremonia ya ha empezado y de que no estoy preparada para verla. Recé tanto en esa iglesia… Compré miles de estampitas, casi se convirtió en obsesión; durante dos semanas me levantaba cada día y recorría el camino que separaba mi casa del templo, entraba por la puerta lateral y me arrodillaba frente a la imagen. Ante ella rezaba todos los días esperando que todo fuera un error; que se produjera un milagro y Dios me lo devolviera, pero no pasó. Naturalmente no volvió, estaba muerto. Completamente muerto.
Suspiro y, en vez de entrar, hago lo que siempre había hecho en las bodas con Marcos, costumbre muy popular en este muy católico pero más borracho país: me dirijo al bar.
Sé que Clara me buscará con la mirada y le dolerá no verme, pero también sé que me entenderá.
Al entrar me doy cuenta de que naturalmente hay más gente de la boda, aunque no conozco a nadie; los más allegados sí están dentro. Todos menos yo.
Me acomodo en la barra y cojo el Marca para ojear los últimos rumores, los calentamientos pre-partido y todo lo típico del fin de semana; esta tarde juega el Hércules contra el Sevilla. Ya veremos, son capaces de cualquier cosa.
—¿Qué le pongo señorita? —me dice el camarero.
—Un quinto de Mahou bien fresquito.
—Qué, ¿de boda? —pregunta mientras me lo sirve.
—Pues sí, después de la pausa para la cervecita. No me ponga vaso, gracias.
—Mira que sois raras las españolas. —Escucho una voz desde el otro lado de la barra; grave, profunda, erótica, con un casi imperceptible acento americano.
Lo primero que pienso es «¿Qué te juegas que ese pedazo de voz pertenece a un esmirriado» y me río por dentro. No contesto, no levanto la vista del periódico, sigo a lo mío. Tengo que reconocer que sabe retirarse. No insiste, no se disculpa; lo deja estar, justo lo que yo quiero. Sigo pasando hojas y dando tragos de mi botellín, aunque me muero de curiosidad por ver el físico al que pertenece esa voz para reírme después con Clara.
¡Clara!
Es hora de entrar. Me levanto para irme, pero antes echo un vistazo disimulado al otro lado de la barra. Mierda, no está. Se me ha caído el chal. Me giro para recogerlo y noto un escalofrío en mi espalda.
—¿Me buscabas? —me dice Voz Profunda mientras me da el chal.
El desconocido me mira de una forma intensa. Tiene los ojos del color del chocolate, ni siquiera se distingue su pupila; la boca en una media sonrisa perfecta, en contraste con esa nariz de boxeador rota por el tabique. Menudo elemento ha tenido que ser. Tardo un minuto en responder y lo hago con cierto tono de indignación.
—Por supuesto que no le buscaba, tan solo me iba —le digo toda orgullosa mientras cojo el chal. Levanto la cabeza para mirarlo a los ojos y tengo que reconocer que he tenido que alzarla mucho.
«¡Dios! Que tío más alto, guapo, grande; cómo me pone, madre mía.» Hacía tanto que no se me nublaba la vista por un tío que me he quedado sin habla, con lo aguda e irónica que suelo ser. «Date la vuelta y vete dignamente. Vamos, que te estás poniendo roja. Corre», me animo a mí misma.
—¿Le importa que la acompañe? Creo que vamos al mismo sitio —me aclara.
—No puedo impedirle que utilice el mismo camino que yo.
—Creo que no hemos empezado con buen pie —replica mientras extiende un billete hacia el camarero.
—Cóbreme a mí también, por favor —digo yo enseguida.
—Permítame que la invite.
—No gracias, puedo pagarme mis cervezas —«¿Pero por qué estoy tan agresiva? ¡Ah, sí, me ha llamado rara!
—Insisto. Quédese el cambio —dice al camarero. Ya está, lo ha comprado; ahora no me cobra a mí ni de coña.
—Me disculpo por mi comentario de antes, no quería ofenderte. Mi nombre es Mark Jacob, vengo por parte del novio. —Al escuchar su nombre se me revuelve el estómago Marc, mi Marc. Ya no tengo ganas de seguir peleando, en realidad tampoco de hablar.
—Discúlpeme, señor Jacob. Voy a adelantarme para ver el final. Adiós. —Ese adiós suena demasiado rotundo, creo.
Corro hacia la iglesia y entro esperando algo de consuelo, justo a tiempo para que el hermano de Clara me dé arroz y su perfecta novia eterna me de pétalos de rosas.
—¿Dónde estabas? —me dice Rocío, que es la novia eterna—. Casi te lo pierdes todo. Ven, pongámonos cerca para cuando salgan. —Obedezco como una autómata, en realidad no me estoy enterando de nada. Los veo salir tan felices, que se me va pasando la ansiedad.
Me dejo llevar por el bullicio; tiro arroz y pétalos, doy besos y abrazos, felicito a los novios y el Audi vuelve a su legítimo dueño. Ahora Clara y Dani están preguntando quién me lleva al convite, cuando Voz Profunda aparece detrás de mí, extendiendo la mano hacia Dani.
—Enhorabuena, Dan. Claire, paciencia con él —le dice mientras le besa la mano.
—¿Por qué en España no existen caballeros como tú? —acepta el cumplido Clara, mirando a su ya marido.
—Porque las españolas como nosotras les parecemos raras a los caballeros como él —contesto yo. Clara me mira con cara de «¿Tú estás loca?» y Mark se dirige a mí.
—¿Cuánto tiempo más vas a estar castigándome por eso?
—No le castigo, expongo un hecho.
—Podríamos tutearnos —me sugiere.
—En realidad preferiría que no, señor Jacob. —Me doy cuenta de que Clara y Dani nos están mirando con la boca casi tan abierta como los ojos, intentando no perder el hilo de la conversación, mientras saludan y besan a diestro y siniestro.
—Ya lo tengo —interrumpe Dani—. Mientras nosotros vamos al rollo ése de las fotos… ¡Ay! —Ha recibido un codazo de Clara—. Al súper entretenido momento «fotos inolvidables», quería decir, ¿por qué no la llevas tú al convite? ¡Ay! Y ahora ¿por qué? —pregunta Dani al recibir mi pisotón.
—Creo que ése es por mí —le contesta Mark con una sonrisa ladeada. «Dios que sonrisa». Me coge autoritariamente del brazo—. No os preocupéis, yo la llevaré y no me separaré de ella hasta que volváis.
—En realidad preferiría que no —contesto.
—Tiene usted un vocabulario muy reducido, señorita…
—Ana. Se llama Ana —se adelanta Clara, que ha visto cómo me salían chispas de los ojos mientras tiraba del brazo para deshacerme de su mano. Mi amiga me pasa un brazo por los hombros y me lleva a un lado—. ¿Qué es lo que pasa?, Mark es un tío encantador, normalmente; a lo mejor es como en el instituto y resulta que le gustas.
—Mark. Se llama Mark, pero éste es idiota aunque está muy bueno. Será por eso que es bobo —respondo.
—Oye, todos los que están buenos no son idiotas, mira a Dani.
—Sí claro, Dani no cuenta. Y no decías eso cuando lo conociste.
La verdad es que el flamante marido de mi amiga es un hombre muy guapo. El color del cabello es rubio muy claro, casi blanco, como las cejas; los ojos no sabría decir si son grises o azules porque depende de la luz que le dé. Tiene un físico imponente, es bastante alto, aunque no tanto como Mark y es más espigado. Musculoso, pero no ancho, más bien esbelto, y siempre está sonriendo porque sabe que tiene una sonrisa cautivadora. Esos dientes montados le dan un toque de chico travieso irresistible. Cuando sonríe, sólo Clara es capaz de decirle que no.
—Pues he terminado casándome con él, así es que toma nota. Mark es el jefe de Dani y de momento tienen buen rollo, por lo que no hagas feos al gran jefe y pórtate bien solo por unas horas. ¿Vale?
—Pero se llama Mark.
—Pero no es tu Marc, además puedes seguir llamándole señor Jacob.
—De acuerdo, pero me debes una.
Levanto la vista y le veo mirándome fijamente. Me estremezco, tiene una mirada muy intensa de ojos oscuros ligeramente achinados, labios gruesos pero no demasiado, pelo castaño algo largo y lacio que le cae en mechones hacia los ojos. Siento unas ganas casi irrefrenables de acercar mi mano y apartárselos… Despacio… Muy cerca de él… «Déjalo ya», me ordeno a mí misma. ¡Qué sexy es el idiota! Está apoyado contra la fachada con las manos en los bolsillos; el traje le queda a la perfección, parece parte de él. Creo que lo estoy mirando más de la cuenta porque ha puesto sonrisa de satisfacción. Cuando vuelvo la vista hacia Clara ya ha desaparecido rodeada de una multitud. «Está bien. Ánimo, tú puedes con ese gringo», me digo. Me dirijo hacia él con paso lento.
—¿Nos vamos? —le propongo con un tono algo altivo.
—¿Así? ¿Sin más?
—¿Qué más quiere? ¿Un telegrama?
—¿Qué tal una disculpa?
—¿Yo disculparme…? ¿por qué?
—Ok, está claro que no hay disculpas, señorita…
—Cruz.
—Señorita Cruz, tal vez ahora yo no quiera llevarla.
—Bien, no puedo decir que haya sido un placer.
—Eso se puede arreglar.
—Adiós —le contesto con sequedad, dándome la vuelta.
—Espera, era broma. ¿Pero dónde te has dejado el sentido del humor, mujer?
—Me lo han agotado los engreídos como tú.

Mark se dio cuenta de que ella se está enfadando de verdad. Parecía más divertida en las fotos, así que decidió aflojar antes de que lo mandara al cuerno.

—Tregua ¿ok? —me dice, cogiéndome del brazo y obligándome a volverme hacia él. De repente me está mirando con ojos tiernos, casi suplicantes, y ese tacto de su mano fuerte, grande pero a la vez suave… Noto que me ablando.
—Ok —acepto. Me pasa el brazo por la espalda para enlazarme por la cintura y noto un escalofrío que me sube hasta el cuello. Rápidamente se quita la chaqueta, me la pone por los hombros y vuelve a cogerme.

Mark sintió una descarga eléctrica y su mente se llenó de imágenes lujuriosas. Si le ocurría aquello con un simple roce, el sexo con ella sería… El sexo siempre le metía en problemas, sería mejor relajarse.