-Nena, piénsatelo mejor. Todavía
estamos a tiempo de quedarnos –me dice mirándome con cara de cachorro.
-Ace, mírame. Nos vamos a
E.E.U.U. ¿lo entiendes? –le contesto con el ceño fruncido.
-Pero ¿por qué en avión? ¿por
qué no pudimos hacer un romántico crucero?
-Ya te lo dije, tengo intención
de llegar este siglo.
-Eres muy cabezona.
-¡Ah claro! yo soy cabezona, tu
estás siendo muy razonable –ironizo mientras vuelvo a meter en la maleta, la
ropa que ya había colocado con anterioridad, y que Ace se encargaba de sacar
una y otra vez.
-Además –continúa –a ti tampoco
te gustan los aviones.
-No, no me gustan pero me atengo
a razones. Mira te voy a dar un calmante y verás como el vuelo se te pasa en
nada.
-Ah no, yo no tomo porquerías
–me contesta saliendo escopetado de la habitación.
-Una vez me dijiste que para
subirte a ti a un avión habría que hacerte lo que le hacían a M.A. y supongo
que no te referías al corte de pelo.
-No voy a tomar nada –lo veo
parapetarse detrás de la isla de la cocina.
-Pero si es un pequeño relajante
–le enseño la pastillita que sujeto entre el índice y el pulgar.
No contesta. Aprieta la boca y
niega con la cabeza.
-Tú verás, voy a terminar de
preparar el equipaje. ¿Por qué no preparas unas cervecitas, aprovechando que el
avión no lo conducimos nosotros.
-Es la primera buena idea que
has tenido en todo el día.
-Eso es lo que tú te crees
–contesto en voz baja.
-¿Qué?
-Nada, nada que empieces sin mí.
Salgo de la cocina en dirección
al dormitorio. Oigo como Ace abre la nevera y el congelador, al momento suena
el característico chissst, de la cerveza al abrirse, glup glup glup, las está
vaciando en el vaso. Poco después oigo la puerta del baño. Es el momento.
Siempre hay que vaciar la vejiga antes de volver a llenarla.
Al llegar a la cocina diviso las
dos jarras de cerveza helada. Deposito un calmante en cada una, y me siento a
beber tranquilamente.
Cuando Ace llega y me ve sentada
con una de las jarras en la mano, me mira suspicaz.
-Sí claro –me dice –como si no
te conociera.
Con gesto autoritario me quita
la cerveza de la mano.
-Esta para mí –asevera –tú
bébete la mía.
-Como quieras –contesto
encogiéndome de hombros.
Le da un generoso trago y
comienza a toser.
-¿Qué te pasa?
-No sé, me he atragantado con
algo sólido.
-Ups, se ve que no se ha disuelto.
-¿El qué? –pregunta frunciendo
el ceño.
-El. Ehhh ¿hielo?
-¿Qué has hecho?
-¿Yo? Nada.
-Ah el viejo truco de ponerlo en
la tuya para que yo crea que está en la mía y te la cambie ¿eh? –lo suelta del
tirón mientras vuelve a intercambiar nuestras cervezas.
Me encojo de hombros.
-Demasiado complicado.
Termínatela que nos vamos ya.
Espero que no se me caiga
redondo por el camino, porque evidentemente mi metro y medio no puede con su
metro ochenta.
Conseguimos llegar a la
terminal.
-Es curioso –balbucea mi marido
–no estoy nada nervioso ¿sabes? ¿por qué me daba miedo volar? Si lo hago
genial, mira.
Lo veo extender los brazos
dirigiéndose como avión imaginario hacia el guardia de seguridad. Corro hacia
él maleta en mano. Consigo pararlo agarrándolo del cinturón, justo antes de que
se estrelle.
-Perdón –le digo al guardia –es
que le he dado un calmante para los nervios, ya sabe. El hombre nos mira con
desaprobación.
Para cuando pasamos por el arco,
Ace ya está en la fase sueño, afortunadamente, habiendo dejado atrás la fase
desinhibición.
En cuanto nos sentamos en el
asiento su cabeza cae sobre mi hombro y sus ronquidos sobre el resto de
pasajeros.
Saco mi libreta del bolso y me
pongo a escribir.
En cuanto noto el despegue, mi
estómago se hace pequeñito, un nudo me aprieta la garganta, el corazón se me
sale del pecho, y comienzo a darle golpes a Ace para que despierte y me
acompañe en mi desespero.
El muy capullo está en el quinto
sueño, ahora me arrepiento de haber dejado que se tomara él los dos calmantes.
Muchas, muchas, muchísimas horas
después llegamos a nuestro destino.
-¡Ahhhhhhh! –bosteza mi marido
mientras se estira tranquilamente en su asiento –tengo la boca seca –me
informa.
-¿Sabes que esto de volar no
está tan mal? –continúa. Yo no contesto. Entonces me mira y para mi completa
indignación se parte casi literalmente de risa.
Sí mi color de cara debe
asemejarse bastante al ceniza, sí, los ojos están a punto de salirse de mis
órbitas, sí, las lágrimas se agolpan en mis ojos, sí, me tiemblan hasta las
pestañas. Pero ahora mismo y aún en este
estado soy capaz de matarlo.
-Perdón, perdón –me dice. Coge
mi cara entre sus manos e intenta consolarme besándome en las mejillas y en los
labios.
-¿Lo has pasado muy mal?
–pregunta.
Yo solamente soy capaz de
afirmar con la cabeza. Ni siquiera me sale la voz.
-En cuanto pongamos los pies en
tierra, te compro un cargamento de eso que me diste ¿quieres?
Yo vuelvo a afirmar con la
cabeza.
-Y ahora, has llegado a uno de
los sitios en los que más te leen. Así es que sécate las lágrimas, levanta la
cabeza y di “Hola lectores de EEUU”.
-“Hola lectores de EEUU” -.
5 comentarios:
Madre mía!!! jajajaja, vaya par de dos. Al final el lo pasa bomba entre ronquido y ronquido y tú ceniza perdida entre lagrimones. jejejeje
Sólo tu eres capaz de escribir así y de haberme hecho sonreir sin media gana; GRACIAS...
menuda aventurilla y ojala, que pronto, se cumpla ese viaje!!!
Pues me alegro de sacaros unas sonrisas
Que bueno Bela, ha sido como un sueño de ese viaje a ver a tus lectores!!!
Ojala se cumpla!!!
Besos.
Se cumplirá estoy segura, confía en mi.
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