-¡Noooooo!
-¿Estás haciendo algo?
-Estoy desollando un conejo ¿tú qué crees?
-¿Te estás depilando? –me pregunta muy serio.
-No… ¿por qué crees…?
-Como has dicho…
-Era una ironía hombre, ya te vale.
-Y yo que sé, sonaba a eso.
-Pero que bruto eres a veces, corazón. ¿Qué quieres?
-¿Te queda mucho?
-Cinco minutos menos que hace cinco minutos.
-Llevas un montón ahí dentro.
-Cinco minutos más, que hace cinco minutos. ¿No te cansas de tener siempre la misma conversación?
-En cinco minutos vuelvo.
-Ya veo que no. Aquí estaré.
-¿Aquí? ¿No habrás terminado para entonces?
-¡Aaaarrrrgggggg! –grito saliendo del baño -. Ya lo has conseguido.
Me dirijo al vestidor con el pelo a medio arreglar y seguida de cerca por Ace.
-Al final llegaremos tarde –me dice.
-Las uvas no son hasta las doce y ahora son las ocho –digo mirando el Viceroy de mi muñeca –aún tenemos tiempo.
-Muy graciosa, hemos quedado a las nueve y mientras llegamos…
-Cariño, sé que en tu mundo cuadriculado, no, pero para el resto “sobre las nueve” quiere decir a las nueve y media como pronto.
-Eso dices siempre y luego, siempre llegamos tarde.
-Llegamos tarde pero los primeros, bueno excepto Richi que es igual que tú, solo que vive más cerca.
-Lo que tú digas, pero qué te queda.
Me acerco despacio a él, apoyo la mano en la puerta y la cierro de un portazo dejándolo al otro lado.
Mi mirada se dirige hacia dos destellos de color rojo encima de la cama del cuarto de invitados, que es donde mi vestidor y mis zapatos están exiliados. ¡Ja! esta es la mía, pienso.
Me visto, me maquillo y termino de arreglarme el pelo, me coloco los botines con un discreto tacón de cinco centímetros y salgo con el calzoncillo rojo de mi chico en la mano.
-Cariñoooo –lo llamo.
-¡Por fin! –exclama él.
-Se te ha olvidado algo –digo balanceando la prenda en la mano.
-¡Joder! Pues paso de cambiarme para cumplir la puñetera tradición.
-¡Ah no! el calzoncillo te lo pones, que no quiero tener mala suerte por tu culpa –digo lanzándoselo. Lo sigo hasta el dormitorio de cerca.
-Ni se te ocurra abrir la boca –me dice mientras se deshace de los pantalones, al verme mirar el reloj -. Seguro que no te habías dado cuenta hasta que has terminado ¿no?
-Me has dicho que no abra la boca.
-Él me mira entrecerrando los ojos.
-¿Te ayudo? –digo acercándome.
-Mantente a dos metros por lo menos.
-¿Te molesta que te agobie mientras te cambias? –pregunto socarrona.
Al adentrarnos por el camino lleno de baches y agujeros que da a la casa de campo de mi amiga Dikinson y su chico Tote, distinguimos un coche.
-¿Ves? ya llegamos tarde –se queja Ace.
-Claro claro, ya hay ¡UN COCHE! –remarco yo –y naturalmente es el de Richi y Bego -. Mi marido me dirige una sonrisita de satisfacción. Son las nueve en punto.
A las doce menos diez según el reloj de pared de la casa. Unas dieciséis personas, hemos dado buena cuenta de la cena y esperamos ansiosos alrededor de la mesa con el cava y las uvas preparados, todos expectantes como si esperásemos que este año nos trajera cosas extraordinarias, vamos como todo el mundo, cada fin de año.
-¿Qué cadena dejo? –pregunta Tote con el mando en la mano.
-Pon la del Marca, que en vez de campanadas es con puñetazos de boxeo –sugiere alguien.
-Ahh, eso mola –otra voz.
-No, la sexta que es el Wyoming –alguien más.
-¿Y por qué no la primera de toda la vida? –una nueva voz.
-¿Qué hora es ya? –pregunto yo.
-Tranquila -me dice Dikinson mirando el reloj de pared –aún son menos cinco.
En ese momento en la tele, un hombre trajeado habla sin que ninguno de los presentes le escuche.
-Esto es un rollo –comenta Tote, cambiando el canal.
-Nueve –dice un zombi con cara de Wyoming.
-¿Ha dicho nueve? –alguien.
-No puede ser sin son menos cinco –Dikinson.
-Menos cinco eran hace cinco minutos –yo.
-Es el Wyoming estará de coña –Ace.
-Es verdad, mira bajo pone publicidad –yo.
En ese momento vemos como se abrazan.
-¡¡¡¡Feliz Año Nuevo!!!!!! –los zombis de la tele.
-No puede ser en el reloj pone menos cinco –yo.
-Cariño –Ace –me temo que el reloj se quedó en el año pasado.
Al ver la realidad, algunos se han metido todas las uvas de golpe apurando el final del minuto uno del año. Otros han optado por tomarlas tranquilamente como si no pasara nada. Bea ha acabado con los doce Lacasitos, es que además de disfrutar rompiendo tradiciones son más de su gusto.
Dikinson y yo nos hemos mirado y hemos fulminado el reloj en el que confiábamos ciegamente.
-¿Ves? –dice Tote poniendo la primera -y cuatro. ¡Feliz Año! -.
Llegan los besos y los abrazos pero yo me niego.
-¡Un momento! –sonrió abiertamente ante mi ocurrencia –creo que tengo algún antepasado canario, así es que este año tomaré las uvas con ellos en su honor.
-Claro, por decisión propia ¿eh? eres única cariño –me dice Ace dándome un beso en la coronilla.
-No, espera. Bela tiene razón, es buena idea. Yo te acompaño.
A la una menos cuarto, Dikinson y yo estamos plantada delante de la tele. De la primera de toda la vida, a la vieja usanza, traje de gala y demás. Contándonos como se debe hacer, porque de un año para otro y después de cuarenta años, seguimos sin distinguir los cuartos.
Poco a poco los demás se animan a acercarse, ahora sí son menos cinco. Y llegan los cuartos, las campanadas, las uvas y…
4 comentarios:
El principio es tronchante Bela, ese marido buscando el baño, jajajaja. Qué gracia tienes siempre. Leerte es no parar de reir. Un beso guapa.
Gracias reina, es que mi chico da mucho juego, a veces me dan ganas de estragularlo pero mi mira me lo tomo con humor y salen estas cosas.
Cómo se parece tu fin de año al mio, jajaja.
Muy divertido.
Saludos
Sí verdad Julio? es que en el fondo todos somos muy parecidos Saludos también para ti
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