-Socorrooooo!
-¿Qué te pasa Bela? -contesta mi amiga Rita al verme entrar como una loca en el laboratorio.
-No veo, tía. Nada de nada.
-No me asustes niña, ¿qué es lo que no ves?
-¡Nada, no veo nada porque he perdido mis gafas! y como no tengo gafas, no puedo buscarlas porque no me veo y aunque las viera, no las vería.
-Me he perdido la primera vez que has usado el verbo ver.
-Ayudaaaaaaaa!
-Vale voy, a ver ¿dónde has estado por última vez?
-Tirando la basura. Y además he perdido también el pen y tengo guardada La imagen de mis sueños, que es justo la historia que quería colgar hoy.
-Y claro, no tienes copia de seguridad en otro lado.
-Claro que no, que preguntas.
-Vamos a recorrer el camino que has hecho.
Su metro ochenta y mi metro y medio, caminan hacia el contenedor a oscuras y yo ciega. Una vez llegamos a él, nos plantamos en frente y lo miramos como si de una nave espacial se tratara.
-Pues vamos a tener que mirar dentro.
-Puaj -digo frunciendo el morro.
-Tus gafas, tu basura.
-Jolín, vaya amiga -aquí llega el siguiente problema, mi metro y medio apenas llega al borde del contenedor, así es que me encaramo en la vallita que lo rodea, me remango y a buscar. Rita se apiada de mi y se une a la faena.
Un señor se nos acerca, palo largo en mano.
-¿Han echado cosas buenas hoy? -nos pregunta metiendo la cabeza entre las nuestras.
-Sí -contesto yo -unas gafas y un pen.
-¿Un pez?
-No un... da igual, un cacharro -le digo.
-¿Os aburrís? -una voz familiar suena a nuestras espaldas, es la compi, Andrea.
-Las chicas que han perdido su pez, ahora, que yo diría que tiene que estar seco, pero claro -continúa el hombre del palo, tapándose la boca para que nosotras no le oigamos -no se lo quiero decir para que no se disgusten.
-¡El pen! -grita Rita.
-¿Y está vivo? -pregunta el hombre del palo largo.
-Bien, ahora solo faltan las gafas -comunico.
-Ahhhh, queríais decir el dispositivo de almacenamiento externo -nos informa el susodicho al ver el aparatito. Las tres lo miramos con ojos como platos.
-¡Las gafas! -contesta él agarrándolas con su palo.
La imagen
de mis sueños
Un piso cualquiera en Alicante, 04:00 h.
Despertó con sudores
fríos. Otra vez el mismo sueño, pero en esta ocasión había llegado hasta el
final. Una fría mezcla de esperanza y desasosiego cruzaron por su espalda
haciéndolo tiritar.
Se levantó de la
cama y se puso el pantalón de pijama del que se había desecho durante su –una
vez más -agitada noche. Ya en el baño se miró al espejo, las ojeras se habían
extendido por su rostro, dándole un toque aún más tétrico. Estaba más delgado
que nunca, sus pómulos se marcaban exageradamente, los carnosos labios no
brillaban como de costumbre y aquellos ojos oscuros, solo reflejaban ya,
pérdida.
Si no fuese porque
respiraba y se ponía en pie, pensaría que había muerto. Ya no era capaz de
sentir nada. Desde el día en que decidió dejar a Clara seguir con su vida, el
trozo de corazón que le quedaba había saltado en mil pedazos, otro trozo se fue
con Lucy a Nueva York y el resto, había desaparecido mucho antes, se lo llevó
Marcos a la tumba. Marcos, su gran amigo, su compañero, su yin. La persona que
lo ayudaba a centrarse, a ser un buen hombre, a mantener el rumbo de su vida.
Cuando Marcos murió y lo dejó solo, se perdió por completo, traicionó a Clara,
se involucró en un sin fin de problemas. Y no fue capaz de averiguar qué sentía
por Lucy.
De nuevo se deshizo
del pantalón y se metió en la ducha. Aún estaba sobrecogido por lo que
significaba el final de su sueño.
Desde que había
visto ese cuadro no podía quitárselo de la cabeza, todas las malditas noches soñaba
con la imagen de esa mujer desnuda, tranquilamente sentada en la cama, con la
sábana descansando perezosamente a la altura de unas magníficas y redondeadas
nalgas.
Pero esta noche
había sido distinto. Había girado la cara, la mujer del cuadro lo había mirado
a los ojos y no era la que él pensó, no era aquella que tenía prohibida, no la
que le hacía sentirse un miserable por soñarla. Había llegado incluso a
derramarse en las sábanas, solo pensando en esa maldita espalda y esa melena
castaña alborotada y recogida en un moño, que dejaba ver un sensual cuello y
adivinar el perfil de su rostro. Pero hasta hoy, no había podido ver quién era.
Lucy, con ella
empezaron todos los problemas. Nunca había sentido nada tan fuerte, como el
calambrazo que notó al coger su mano cuando los presentaron. O cómo, se le
aceleró el corazón aquel día, con la puerta del vestuario medio abierta, cuando
la vio deshacerse del pijama de enfermera. Llevaba una camiseta interior con
transparencias y una pequeña braguita de encaje. Era tan femenina, tan diferente
a la deportiva Clara, se le erizó el vello con esa imagen. Y la tuvo, consiguió
que fuera suya, pero la perdió. Se había convertido en todo un experto
perdedor.
Dejó que el agua
hirviendo relajará sus atenazados músculos, mientras trataba de tomar una
decisión. Tenía que hacer algo con todo eso que estaba sintiendo.
¿Y si por primera
vez en su vida, luchaba por lo que quería en vez de dejarse llevar? Y si… casi
no se atrevía a pensarlo, era una locura, pero… ¿y si iba a buscarla y le decía
cómo se sentía?. Probablemente lo mandaría al cuerno, pero la gente hacía esas
cosas ¿no? Una y otra vez se arriesgaban y a veces ganaban. Como el americano
ese, Mark el grandullón, se arriesgó con Ana. O el maldito Dani, ¡Dios cómo
odiaba a ese tío! Aunque no más de lo que se odiaba a sí mismo.
Salió de la ducha,
apenas se secó con la toalla y la dejó en el suelo. La voz de Clara –su ex
mujer, ahora mujer de Dani –llegó a sus oídos desde no sabía dónde. “Carlos,
eres peor que un niño, siempre tengo que estar detrás tuya…”. Dio un paso
atrás, recogió el paño húmedo y lo echó en el cesto de ropa sucia, con una
sonrisa. Era hora de madurar y aprender algo de sus errores, aunque fuera en
esas pequeñas cosas.
Completamente
desnudo, se dirigió a su habitación y se molestó en estirar las sábanas. Una vez
hecho, le gustó la forma en que le hizo sentir. Sin duda, se estaba volviendo
loco.
Escogió una bolsa de
deportes del armario y metió dentro unas cuantas mudas de ropa interior, un par
de vaqueros y algunas camisetas. Se colocó un chándal para el viaje, quería ir
cómodo ya que iba a ser largo.
Abrió el portátil,
el reloj marcaba las 04:30h de la madrugada. Según estaba viendo, el próximo
vuelo salía a las 06:15 de la mañana, tenía que darse prisa, reservó por
internet y se puso en camino.
Perdería todo un día
en Madrid. Con lo que le había costado decidirse y ahora lo veía todo tan
claro. Ella, siempre fue ella, desde el momento en que la vio por primera vez.
En un principio el deseo y después algo más, mucho más. Y todo acabó con Clara,
pero se negaba a admitirlo, ¡Dios! Fue el único que no se dio cuenta de que
estaba perdidamente enamorado de ella. Lucy.
Miró por la
ventanilla del taxi que lo llevaba al aeropuerto. Tendría que conquistarla,
empezar desde el principio, durante todo este tiempo se había comportado con
ella como un primate. Se cubrió la cara con las manos y las desplazó hacia el
pelo apoyando la cabeza en el respaldo y tirando del cabello hacia atrás.
Desesperado. Así se sentía en este momento.
De repente una idea
cruzó por su mente. Nueva York era muy grande, podría buscar hospital por
hospital, empezaría por el Belleveu de Manhatan. Desde allí vino Lucy a España, por
un programa de intercambio de profesionales.
La otra opción era
más segura, Clara y Ana sabrían dónde estaba, pero era una situación difícil si
llamaba a Clara y a esas horas, era probable que el maldito Dani fuera a
buscarlo al aeropuerto a darle una paliza. Llamaría a Ana en cuanto llegara a
Madrid.
Era la segunda vez
que iba a Madrid en apenas dos meses La primera vez fue cuando vio ese cuadro
en la exposición de arte contemporáneo de la sala Ivorypress. Esa misma noche
comenzaron los sueños, y con ellos la tortura siempre despertaba sobresaltado y
pensando que de nuevo comenzaba su obsesión por Clara. Era demoledor verla continuamente en el hospital, feliz con su nuevo marido, que aprovechaba cualquier
ocasión para dejarle claro, que él ya no tenía nada que hacer ahí. Pero no era
Clara la mujer de sus sueños. Era Lucy, ojalá lo hubiese descubierto antes.
La felicidad se unió
a la desesperación en una lucha de sentimientos contrapuestos, que casi no le
dejaba respirar.
Sus reflexiones
continuaron en el avión camino a Madrid, hasta que el cansancio pudo con él y
por un momento cerró los ojos. Únicamente pudo ver de nuevo esa espalda, dulce
y sensual que lo llamaba descarada, esa atracción era irresistible, pero cuando
estiraba la mano para acariciarla, ella se levantaba, se envolvía en la sábana y
desaparecía. Así había sido hasta esa misma noche. Ahora giraba el rostro y
podía verla con claridad, sonreía para él, solo para él.
Por primera vez no
se despertó sobresaltado, si no feliz, deseando llegar para tenerla entre sus
brazos. En ese momento decidió que tenía algo que hacer en Madrid, esa mima
mañana. Algo que le daría Sosiego a sus sueños.
Madrid Sala Ivorypress, 10:00h.
-¿Qué desea
caballero? –la joven escrupulosamente vestida y maquillada, lo miraba intrigada,
su aspecto evidentemente no inspiraba confianza. A estas alturas, las ojeras
debían llegarle a la altura de las rodillas, el pelo alborotado y la barba de
tres días configuraban la imagen de un hombre a la par atractivo y cansado.
-Estuve aquí hace un
mes, teníais un cuadro de una mujer de espaldas con una sábana cubriéndole
apenas el…
-¡Ah si! –le
interrumpió la chica temiéndose el término que iba usar ese hombre, para
denominar la parte baja de la espalda –usted habla de Sosiego de Nuria Mill
Batrina.
-Sosiego –repitió
Carlos en voz queda –muy apropiado. Lo quiero.
-Sr. me temo que esa
exposición ya está recogida y preparada para volver a Barcelona, pero le puedo
poner en contacto con…
-No.
-¿Perdón?
-No, no, no lo
entiende. Lo quiero ya, tengo que llevármelo ahora mismo.
-Me temo que…
-No lo entiende –insistió –Acabo de apostar mi vida a esa imagen. Es mía, me
pertenece. La quiero para siempre, no me importa lo que cueste-. Mentalmente se
despidió de todas sus tarjetas de crédito. Entre el viaje, el cuadro y el
tiempo que pasaría intentando conquistar a Lucy, acabaría con sus pocos
ahorros.
La joven lo miró con
cautela, estudiándolo, tal vez fue la desesperación que vio en su rostro, tal
vez ese amor por un cuadro la cautivó, no le importaba pero respiró hondo
cuando la oyó.
-Un momento, tendré
que hacer unas llamadas –dicho esto desapareció tras una puerta.
Probablemente fueron
los cinco minutos más largos de su vida. Pero cuando volvió, lo hizo acompañada
de un tubo largo en cuyo interior se escondía la imagen de sus sueños.
Una cafetería cualquiera Madrid, 12:00h
Miró el teléfono que
descansaba encima de la mesa al lado de una taza de un cortado humeante.
Esa iba a ser una
llamada difícil y le estaba costando armarse de valor. No había hablado con
ella desde la terrible escena en el hotel, cuando la insultó por estar con el
americano. Ana su gran amiga, la mujer de Marcos. Él nunca podría verla de otro
modo.
-¿Si? –contestó esa
conocida voz femenina al otro lado de la línea.
-Hola, soy Carlos.
-¿Carlos? Pero…
vaya, ya era hora.
-Sí, lo sé. Tenía… en fin, tenía que estar preparado para
aceptar tu nueva vida, ya sabes.
-¿Y ahora lo estás?
-No. Creo que para
mi, siempre serás la mujer de Marcos.
-¿Y por qué llamas?
-Necesito un favor.
-El Carlos de
siempre ¿eh? no voy a interceder por ti con Clara…
-No se trata de Clara,
eso pasó, lo tengo claro. Ella es feliz y me alegro.
-¿Puedes aceptar que
Clara rehaga su vida y no puedes aceptar que la rehaga yo?
-Ana, necesito
localizar a Lucy.
-¡Joder Carlos! nunca
pones las cosas fáciles ¿eh?
-¿Qué coño quiere
ahora ese? –oyó Carlos del otro lado de la línea.
-¿Estás con el
americano?
-Sí.
-Ya, espero que seas
feliz, te lo mereces, de verdad.
-Gracias. ¿Para qué
quieres la dirección de Lucy?
-Yo… tengo… tengo
que verla, tengo que hablar con ella y contarle un montón de cosas, ella tiene
derecho a saber por qué me comporté como lo hice y… no sé, tal vez. Sé que no
tengo derecho a pedirle otra oportunidad pero… mira Ana si no me la das, la
buscaré en Nueva York aunque tenga que ir hospital por hospital.
-No. Tienes razón, ella tiene derecho a saber qué pasaba por tu cabezota, pero Carlos… no le hagas
daño.
-No lo haré, te lo
prometo.
-Ok.
-¿Ok? –se río
Carlos.
-¿Qué quieres? todo
se pega.
Aeropuerto Kennedy Nueva York, 20:30h.
Se había tenido que
separar de Sosiego durante el viaje y eso lo tenía intranquilo, pero por fin
estaba allí, el cuadro en sus manos y el teléfono de Lucy grabado en el móvil. Decidió no llamarla, un cara a cara sería mejor.
Hospital Belleviu Nueva York, 22:00h.
Estaba preciosa como
siempre, arrebatadora como nunca. Algo más delgada, pero con su encantadora
sonrisa perenne. Salía con sus compañeros por la puerta de urgencias,
entre ellos uno la cogía de la cintura y le decía algo al oído.
<No, por
favor> dijo para sus adentros, <que no sea demasiado tarde>, aunque se
la veía feliz, eso era bueno. Quizá el Carlos de antes habría montado en cólera
o se hubiera ido sin más a coger una buena cogorza, pero ese ya no era él.
Se acercó
tranquilamente, hasta estar apenas a un par de metros de ella.
-Lucy –susurró. Ella
volvió la cara con sorpresa, mantuvo los ojos muy abiertos mientras intentaba
pronunciar alguna palabra coherente.
No podía ser,
después de varios meses soñando con que él, recapacitara y se diese cuenta de
que lo que había entre ellos era importante, por fin estaba allí, tan delgado y
tan guapo como siempre, tenía pronunciadas ojeras y el pelo maravillosamente alborotado,
la Lucy de antes se habría tirado a sus brazos sin pensarlo, pero no, ella no
era ya la misma.
-¿Podemos hablar?
–preguntó Carlos.
-No.. no sé si es
buena idea –contesto Lucy con un nudo en la voz. El tipo que la tenía por la
cintura habló.
-¿Necesitas algo
Lucy? –Carlos se limitó a mirarlo con cara de pocos amigos.
-No, no.
-Sé que no lo
merezco pero aún así, yo… te debo muchas explicaciones y…
-De acuerdo –aceptó
Lucy –vamos a la cafetería de enfrente.
Carlos se aferró al
cuadro que sujetaba entre las manos mientras se hacía a un lado para dejarla
pasar. Ella se despidió de sus compañeros, que se quedaron mirándolos con
curiosidad, mientras se alejaban.
Se acomodaron y
quitaron los abrigos mientras la camarera les servía café.
-No sé por dónde
empezar –dijo Carlos.
-¿Qué tal por el
principio?
-Te quiero.
Lucy levantó la cara
sonrojada para mirarle a los ojos.
-Eso no es el
principio.
-Necesito algo más
de cinco minutos para contarte todo lo que tengo que contarte.
-¿Qué pasa con
Clara?
-Pertenece a otra
vida, lejana, muy lejana. ¿Nos vas a dar otra oportunidad?
-Carlos yo… lo he
pasado muy mal y…
-¿Sigues
queriéndome? –ella lo pensó un momento y decidió ser sincera.
-Sí, pero tengo
miedo.
-Yo también.
Un pequeño apartamento en Central Park, Nueva
York 04:00h.
La admiró sentada al
borde de la cama con la sábana apenas cubriéndole las nalgas, la espalda
orgullosamente erguida, la melena suelta. Lucy estiró la mano hacia la mesita,
asiendo una pinza con la que se recogió la melena en un moño.
Por fin su alma
encontró el Sosiego, allí admirando la imagen de sus sueños.
10 comentarios:
Ya le vale al susodicho, jajajajaja... Para otra vez, mejor guardar las cosas en un bolsito atado con cadenas al cuerpo, jajajja
El relato maravilloso.
Gracias es lo que tiene colgártelo todo por ahí. El susodicho un cuadro hija. Me maravilla que te maraville.
Me ha encantadooooooo... quiero más más más...
Sí eso lo he bautizado como el efecto Carlos, este chico es lo que tiene. Me alegro de que te encante.
Habrá más de Carlos????
jajajaja este pobre hombre se llevara todos los palos.... me ha gustado besos Bela <3
Lo habrá pero tendrá que esperar turno.
gracias Nuria por cierto el otro día vi un cuadro tuyo que me encantó y no lo encuentro era con una ala y otra no ¿me lo pones por fi en el muro?
Ay, yo quiero leerlo ya!!
Ja ja ja es lo que tiene Carlos, pero le queda un poquito reina, te tendré informada.
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