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sábado, 11 de junio de 2011

El vaso de la Nocilla

-¡Rita suelta eso!- le digo a mi amiga.
-No quiero que estoy depre- me contesta ella aferrándose al bote de Nocilla.
-La Nocilla no es tu amiga, no te quiere, es mala y quiere hacerte infeliz.
-Pero…
-Sin peros, además se puede saber por qué te has comprado un bote del tamaño de un tambor de detergente, es que no lo había más grande.
-Tía es que es tan mono- me contesta mirando el bote con un mohín en la boca.
-¿El qué?
-Pues que va a ser, el bote.
-¿Te has comprado un bote de Nocilla porque es mono?
-Ahá- me dice llevándose el dedo impregnado en chocolate a la boca.
-O lo sueltas, o destrozo tu última adquisición del HYM- la amenazo cogiendo la rebeca que ha dejado de cualquier manera sobre la silla de su despacho.
-Ni se te ocurra- me dice entrecerrando los ojos y mirándome con un destello de maldad en la mirada.
-No me asustas, te lo digo en serio, suéltala- le digo mientras acerco la tijera a la rebeca.
-Vale- deja la Nocilla sobre la mesa y se abalanza sobre su rebeca, momento que yo aprovecho para coger la Nocilla ir hasta el lavabo y llenarla de agua.
-Pero ¿qué haces?- me grita Rita.
-Si la tiro a la basura eres capaz de recuperarla.
-Eres perversa.
-Lo sé y ahora dime qué te pasa.
-Tía  ¿por qué atraigo a todos los psicópatas?
-¿Qué has hecho?
-¿Yo? ¿qué he hecho yo? Son ellos que están como cabras.
Rita es una chica de treinta años, con metro y medio de piernas, es guapa e inteligente, es científica, trabaja en un laboratorio de investigación de no sé qué ni cuántas cosas. Pero su punto débil son los hombres, tiene mala suerte, o mal ojo según se mire.
-La otra noche- me cuenta- por casualidad, me encontré con un amigo del instituto y hablamos durante unos cinco minutos de cosas tan interesante cómo el calor que hacía en el bar, la gente en la cola de la barra para pedir… en fin. El caso es que al día siguiente lo tenía en la puerta de mi casa para invitarme a comer.
-¡Qué tierno!
-¿Tierno? Me había acostado a las seis y eran las diez de la mañana.
-Además madrugador.
-No te pitorrees que no tiene gracia.
-Imagíname, el rímel a la altura de los pómulos, la boca como el esparto, pijama del mercadillo y haciendo la cobra a las diez de la mañana.
-¿Haciendo la cobra?- le pregunto riéndome.
-Claro el abrazándome y buscando morreo y yo intentando escaparme.
-Por lo menos sería alto ¿no?- le digo yo entre carcajadas- porque imaginarme esa escena con un tío que no te llega más que a las tetas…- ahí me gano un bolsazo.     

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